miércoles, 20 de mayo de 2015

Siete en “el Renó”



Era un viejo Renault 12 del ´76, blanquito, que había reemplazado a otro de la misma marca, modelo y color. Un mediodía, mi viejo se apareció diciendo que cuando salió de la farmacia se puso a mirar vidrieras y que, de puro aburrido, se había comprado un auto. Una más de sus mentiras piadosas: como sabía que ya estaba muy enfermo, se metió en un Plan Rombo y nos legó (además de todo) un cero kilómetro que pagó el seguro. Una década después, el R12 estaba bastante baqueteado. Y es que lo manejábamos todos, de la primera al último, y nos prestó tantos servicios –pese a sus reiterados fallos de embrague-, que formaba parte de la familia y del grupo de amigos.

Pero “el Renó” entró definitivamente en el cielo de la mística aquella noche de 1986 en que perseguimos –sí, como en las películas- al Peugeot 504 que llevaba a Silvio Rodríguez hasta el Hotel Panamericano. Habíamos salido, como quien dice, “en volandas” de su recital en el Luna, y a alguien se le ocurrió que no podíamos no intentar acercarnos a Silvio. Lo esperamos sobre Bouchard, pero no éramos los únicos. Se armó una caravanita que fuimos sembrando de bocinazos la noche de la calle Sarmiento: en cada semáforo, las chicas se bajaban y se acercaban a besar a los azorados cubanos. Pero en la esquina decisiva, los demás siguieron de largo y tuvimos nuestro “Pellegrini”.

Ya en la puerta misma del Panamericano, hubo una leve vacilación de la seguridad pero fue el propio Silvio el que franqueó el cerrojo. Lo abrazamos, lo besamos y, sobre todo, una y mil veces le dimos las gracias. Y mil y una veces él nos agradeció a nosotros, los argentinos locos felices que llevábamos una  banderita de Chile. Casi al final, su manager nos sacó esta foto con una de aquellas cámaras de rollo. Estamos todos los que fuimos. Sólo falta “el Renó”.

Por Carlos Semorile.

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