“En ninguna nación digna de ese nombre los medios de
transporte son extranjeros”, había escrito Scalabrini. Luego, cuando conoció a
Perón le dijo: “Coronel, le vamos a pedir los trencitos”. Y así narró la
nacionalización de los ferrocarriles: “Cuando la vieja campana de la ‘La Porteña’ -que fue
propiedad de la provincia de Buenos Aires, constructora de nuestro primer
ferrocarril, miserablemente enajenado en 1890- anunció con su tañido que volvía
a ser argentina, mis pobres ojos de anónimo ciudadano, perdido entre un millón
de ciudadanos tan emocionados como yo, regaron con sus lágrimas ese pedazo de
suelo natal que se llama Retiro, donde 142 años antes la juventud argentina
había anunciado también la conquista y derrota del extranjero invasor”.
Entre ese millón de personas emocionadas ante la
reconquista de lo propio, estaba mi abuela, Olga Maestre, con sus dos hijos
menores, “El Negrito” y Juan Pablo. “La madre de mi marido había llevado a sus
hijos en brazos a las movilizaciones de Perón. La historia política era parte
de la historia de la familia”. ¿Cómo impacta en el alma de dos pibes de 5 y 6
años la algarabía de una multitud que desbordaba esa estación ferroviaria?
Quien esto escribe participó, siendo niño, de esos baños de muchedumbre que
templan el corazón y amplían el estrecho horizonte del territorio conocido -la
casa, la cuadra, el barrio, la escuela, las amistades-, estableciendo una
conexión intangible con la fuerza y la energía del espíritu colectivo cuando éste
se decide a escribir la historia. Son fechas ineludibles, formadoras,
inaugurales, y Olga decidió que -sea como fuera- sus hijos menores (las chicas
estaban pupilas en un colegio de monjas) tenían que asistir al nacimiento de
una nueva Argentina. No había, no hay, y acaso no haya mejor pedagogía que ésa:
ser parte del pueblo que celebra la Patria.
Seguramente Olga Maestre, como tantas argentinas y
argentinos, esperaba la palabra del líder, pero “el General había sido
internado de urgencia con motivo de una apendicitis” y fue reemplazado por “el
ministro de Obras Públicas, general Pistarini”. La alegría, de todos modos, no
fue menor: “La ráfaga de historia que nos conmovió a todos el 1º de marzo de
1948, aunque muchos no quieran comprenderlo, fue el hecho definitivo que dio
término a la farsa de un mundo colonial y abrió posibilidades para el
desarrollo de genuinas raíces nacionales”. Pero Scalabrini va todavía más hondo
en su análisis: “La nacionalización de los ferrocarriles fue un acto de
proyecciones tan profundas y extensas, que sólo es comparable a la batalla de
Ayacucho, que dio término al dominio español a la América del Sur e inauguró
una nueva era de relaciones internacionales con la Madre Patria”.
Y hoy, en ese mismo “pedazo de suelo natal que se
llama Retiro”, por tercera vez la Patria desalojó a la colonia. Y “aunque
muchos no quieran comprenderlo”, Cristina volvió a juntar al pueblo con su
destino.
Por Carlos Semorile.
Muy bueno!!!
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