Anoche me desvelé viendo “Larga es la noche”, la
notable peli de Carol Reed con James Mason y Kathleen Ryan. Mason es Jhonny
Queen, un militante recién salido de la cárcel que quedará herido luego de un
asalto para recaudar fondos para el IRA. Sus compañeros lo abandonan a su
suerte, y JQ pasará la penosa jornada de su calvario por las calles de Belfast
mientras todas las puertas se cierran a su paso. En las críticas se menciona
que el miedo impide asilar o asistir al fugitivo, pero nada se dice del modo en
que son retratados los irlandeses de a pie, comenzando por los propios
compañeros del Sinn Féin que parecen incapaces de hacer una bien. Luego, están
la madama delatora, las vecinas asustadas, el cochero y los bármans que no se quieren
comprometer, los marginales que sólo piensan en sacar algún provecho y el cura
que aspira a confesarlo antes de que las autoridades lo lleven al patíbulo.
Del otro lado, la eficiencia de la maquinaria policial
inglesa que todo lo sabe y que siempre está un paso por delante de las
intenciones de Kathleen, la enamorada de Jhonny que en su desesperación saldrá
a buscarlo por la propia y terminará generando la única chance cierta de
escape. Acá no se discuten los méritos del film en cuanto película de acción y
drama personal, que es donde su director la quiso situar. Pero resulta que se
pinta, además, una tragedia social en la cual, entre el alcohol y la falta de
perspectivas colectivas, no se salva casi nadie. Así las cosas, podría pensarse
que a los “paddys” –borrachos, pendencieros, gente sin honor y sin palabra- les
conviene continuar bajo la tutela inglesa. El cine es un espejo, y algún día
quisiera ver cómo fue que la larga noche de la ocupación británica –siete
siglos- generó alcoholismo, desesperanza y buchones. Pero también rebeldes,
mártires y patriotas en Éire.
Por
Carlos Semorile.
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