No sé si les pasa, pero en casa la de las relaciones
sociales es mi compañera y el parco soy yo: a ella, “la gente” le habla, y a mí
me ignoran, lo cual es bueno para todos. Hace unos meses, estábamos comprando
verduras en uno de los chinos del barrio, y en la cola un niño de unos cuatro
años “sacó el tema” de “los trenes de Cristina Fernández de Kirchner”. La madre de la criatura, un
ejemplar prototípico de la clase media, se apresuró a declarar su fobia anti-K,
dando por sentado que íbamos a festejarle la gracia. Manifestadas nuestras
divergencias, y aclarados los tantos, ella nos contó que el pibe la tenía harta
pidiéndole que lo llevase a ver “los trenes de Cristina”. Nos reímos un rato
los tres –menos el chiquito, que insistía-, y nos despedimos aconsejándole
visitar Tecnópolis.
Luego, comentando el hecho, no pudimos pasar por alto
que el gurí tenía las cosas más claras que su propia madre. Y hoy, viéndola a
Cristina inaugurar las nuevas formaciones del Sarmiento, me acordé de ellos y
me imaginé un cuadro de Santoro: “El niño nacional dándole la sopa popular a la
mamá gorila”. Y también me vinieron a la mente las palabras del compañero Jorge
Marinovich, cuando dice que debemos tener “la claridad de entender este
proyecto, que no pide intelectuales ni sabios, sólo te pide no ser pelotudo”.
Eso mismo digo: si mirás bien “los trenes de Cristina”, con “no ser pelotudo”
alcanza.
Carlos Semorile.
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