sábado, 5 de septiembre de 2020

Del aplauso al cadalso

  

Cuando Cristina fue obligada a entregar el gobierno a las 23:59 hs del 9 de diciembre de 2015, cientos de automovilistas que circulaban por Avenida de Libertador hicieron sonar sus bocinas a la hora señalada en señal de alborozo. No fueron dos minutos ni cinco, sino una muy larga sonata de odio que fue acompañada desde los balcones con gritos y banderas. Por eso, cuando esa misma gente salió a aplaudir a los médicos al inicio de la cuarentena, puse en duda su “buena leche”.

 Al calor del embate de los medios, aquellos primigenios aplausos no demoraron en trocarse por cacerolas, al principio con restos de pudor –se seguía aplaudiendo al personal de salud aunque con mucho menor énfasis, y cada vez durante menos tiempo-, y luego desembozadamente: ya no se homenajeaba a nadie, sino que todas las energías estaban puestas en denigran la labor del gobierno. Como algunos respondimos con “La Marchita”, hubo compañeros que nos sugirieron moderación.   

 La mesura siguió campeando desde nuestras filas, mientras se producían los primeros llamados a concentrarse contra un autoritarismo imaginario. Débiles al inicio, un poco más numerosos en cada nueva convocatoria, hasta llegar al punto que cada nueva concentración pudo ser tomada como fecha de inicio de una nueva ola de contagios. ¿Era mucho pedir que el único medio no abiertamente opositor no magnificara todavía más la amplitud del evento?

 Mientras tanto, otras señales de diálogo y consenso con los sordos por empacamiento y violentos por convicción y ADN, nos resultaron –por decir lo menos- ingenuas. ¿Quién se encargaría, por ejemplo, de controlar a aquellos vecinos que iban a poder abandonar en forma temporal el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio de acuerdo a su número de DNI, por un lapso no mayor a una hora diaria, y en un radio de cinco manzanas alrededor de su domicilio? ¿Larreta? ¿Santilli?

 La que fuera la aquelarre trotadora de los “raners” fue perdiendo, raudamente y sin pausa, su condición de escándalo para instalarse como el tolerado hábito de amucharse en plazas, parques y ciertos comercios que dizque mantienen vigentes arcaicos protocolos. En tanto, vía conferencia de prensa federal, el gobernador Morales se jactaba de tener todos los parámetros bajo control, y el presidente ponderaba su esfuerzo –el de Morales-. Hoy, en Jujuy se debate quién vive y quién no.    

 Pero, para algunos, los responsables seguimos siendo los que señalamos –además de la actitud criminal de los enemigos del pueblo- las incongruencias de un gobierno que sigue “comentando” los hechos, pero sin terminar de asumir su función ejecutiva de parar el desmadre. No es el único que se demora: la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva y la Facultad de Medicina de la UBA acaban de salir de su letargo y, recién ahora –cual “triunviros” de la CGT-, advierten que los aplausos devinieron en cadalsos. Apriete nomás el botón rojo, compañero presidente. A todos y a usted también, nos va la vida en ello.

 Por Carlos Semorile.

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