domingo, 6 de septiembre de 2020

Invasión


  

Las imágenes de una Buenos Aires tomada por una multitud desaprensiva, me hizo pensar en la idea que dio origen a la película “Invasión”, de Hugo Santiago. Estrenada hace más de 50 años, su director contaba que fue a verlo a Borges “con una idea de ciudad sitiada que (…) sería víctima de una invasión. Esa ciudad tendría (…) su río turbio e infinito, sus plazas abismales, sus ilimitados atardeceres, su orbe de ruidos –pasos y portales y pájaros y estallidos que la amenazarían como enemigos–, tendría sus tangos y milongas bravías y su Grupo del Sur, que más allá del final saldría a resistir”. 

Siguiendo la tradición plebeya del arte popular argentino que no teme cruzar fronteras de género y construye sus obras mixturando lenguajes, Borges y Bioy Casares dejaron a un lado sus habituales estilos narrativos y trabajaron como genuinos guionistas al servicio del film. Según Santiago: “El filme fue dialogado al final cuando la continuidad y las secuencias ya estaban decididas y el encuadre casi acabado. Yo decía, por ejemplo: “Herrera va hasta el fondo, se inclina y habla”. Borges preguntaba: “¿Cuánto?”. Y yo: “No mucho”. Entonces él me dictaba. Es decir que son diálogos hechos a la medida de la filmación”. 

La sinopsis, hecha por el propio Borges, rezaba: “Invasión es la leyenda de una ciudad, imaginaria o real, sitiada por fuertes enemigos y defendida por unos pocos hombres, que acaso no son héroes. Lucharán hasta el fin, sin sospechar que su batalla es infinita”. En declaraciones posteriores, agregaba: “Se trata de un film fantástico y de un tipo de fantasía que puede calificarse de nueva (…) No se trata de una ficción científica (…) Tampoco hay elementos sobrenaturales. Los invasores no llegan de otro mundo: y tampoco es psicológicamente fantástico: los personajes no actúan (…) de un modo contrario a la conducta general de los hombres. Se trata de una situación fantástica: la situación de una ciudad que esta sitiada por enemigos poderosos y defendida –no se sabe por qué– por un grupo de civiles”. 

Como se advierte, la creatividad de Borges estaba bastante más allá de su conservadurismo político: prefiere ignorar por qué luchan los defensores de la ciudad invadida, pero esos hombres –y mujeres- saben que “su batalla es infinita”. Por su parte, Hugo Santiago sostenía: “Intento cruzar dos tradiciones: la del cine narrativo y la del cine no narrativo. Yo creo que la verdadera diferencia no pasa por ahí sino por la oposición entre cine-espectáculo y el cine como sistema de conocimiento: no registrar sino interrogar a los personajes y a los objetos para que me revelen algo que ignoro y que ellos esconden”. 

Esta pregunta nos desvela a muchos que ya quisiéramos saber aquello que ignoramos sobre la conducta de tantos personajes que, en manada, se exponen con fruición al contagio. Pero, si releemos lo que con tanto tino señalaba Borges, esta nueva invasión tampoco tiene nada de sobrenatural: los invasores no pertenecen a otro mundo, ni actúan –salvo numerosas excepciones que también son de público conocimiento- “de modo contrario a la conducta general de los hombres”. Andan en bici, pasean al perro, toman un café, caminan al sol, comparten una birra, se juntan con sus amigos, y vuelven a sus casas. 

Salvo por un “pequeño detalle”, también mencionado por Borges: “Se trata de una situación fantástica: la situación de una ciudad que esta sitiada por enemigos poderosos y defendida –no se sabe por qué– por un grupo de civiles”. Aquí está la clave: tenemos una ciudad –o varias- sitiada por “enemigos poderosos”, que han elevado a la categoría de elección individual lo que en rigor es una fortísima inducción al suicido. 

Hugo Santiago tenía muy clara la “diferencia entre fábula y ficción: fábula es lo que se cuenta; ficción es el régimen del relato (quién habla, cuándo habla, cómo habla, la relación del narrador con lo narrado) (...) Cuando trabajo en un guión, ese texto contiene la fábula y los elementos necesarios para que haga con eso una ficción cinematográfica”. Para la casi totalidad de los aglomerados, debe resultarles “fabulosa” su participación en el “happening” de los desbarbijados, sin advertir que están intervenidos por el “el régimen del relato” y que, en vez de hablar “son hablados”. Pero la inmensa mayoría preferimos resistir, y defender lo que amamos. Lo haremos aún sabiendo que “la batalla es infinita”.      

Por Carlos Semorile.

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