Es el título de una muy buena serie sobre la
telenovela latinoamericana, una iniciativa de la Televisión Digital Abierta en
coproducción con otros países de la región. Para quienes amamos el género, es
una maravillosa oportunidad para ver y oír a los propios hacedores –actrices,
guionistas, directores, productores- y también a estudiosos y teóricos del
asunto que brindan sus impresiones sobre este formato tan latinoamericano en su
forma y en su fondo. Las miradas son diversas y cada quien aporta su enfoque
sobre el crecimiento de la industria, las réplicas de las novelas exitosas –aún
en países que no hablan ni español ni portugués-, los diferentes modos de decir
que tenemos en cada país y cómo sin embargo nos comprendemos, los grandes
títulos que hicieron historia, los cambios en el modo de narrar y los desafíos
que atraviesa el género. Pero, sin dudas, lo mejor son los testimonios de los
televidentes.
Registradas en las más diversas geografías, las amas
de casa, las empleadas, las jóvenes y las mayores, cuentan sus novelas
favoritas, y lo mismo hacen trabajadores y jubilados, adultos y muchachos que
recuerdan bien sus tiras más queridas. Y lo maravilloso es que no solamente
citan lo medular de cada telenovela, sino que además reflexionan sobre el
formato y sus implicancias sociológicas, sobre los avances que ha experimentado
sobre todo en las últimas décadas, y acerca de a quiénes representan los
personajes y sus situaciones. En este sentido, sus voces no están a la zaga de
quienes elaboran estos productos: muy por el contrario, muestran una
extraordinaria comunión a uno y otro de la pantalla. Algo muy similar puede
decirse de los testimonios de actrices y actores que por algo dieron vida a
personajes que, en tramos importantes de sus vidas, han sido algo así como su
segunda piel.
Si mal no recuerdo, García Márquez abogaba por una
revalorización de la telenovela, tantas veces menospreciada como un género
menor destinado a un público también inferior, sin capacidad de análisis ni
raciocinio, propicio a las más burdas manipulaciones sensibleras. Y lo decía
nada menos que Gabo, quien manifestaba que se hubiese tenido por mucho mejor
escritor si hubiera sido capaz de contar una historia como la de Pedro Navaja o
la de alguno de esos dramones bíblicos, redonditos de tan acabados y sin
fisuras. Y por ahí va la cosa nos parece: por ese arte de saber contar
historias desmesuradas que dejan al espectador a la espera de esas vueltas que,
en el breve lapso de un capítulo, hace que entren todas las esperanzas y todos
los amores del mundo.
Por Carlos Semorile.
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