Durante el Genocidio, a los detenidos-desaparecidos
se los mantenía “tabicados” como una forma de impedir cualquier tipo de
solidaridad, por mínima que fuera, entre los compañeros de infortunios. Como
señala Pilar Calveiro, en el resto de la sociedad civil se repetía lo mismo que
sucedía en los campos concentracionarios: “Así como los cuerpos de los
secuestrados permanecían en la oscuridad, el silencio y la inmovilidad, en
cuchetas separadas unas de otras, así se pretendía a la sociedad, fraccionada,
inmóvil, silenciosa y obediente; una sociedad que se pudiera ignorar y ordenar
en compartimentos estancos (…) Unos hombres pasivos, una sociedad pasiva e
inerte”. De este modo, se buscó hacer trizas lazos
solidarios y de identidad que eran el mejor legado de un par de generaciones que
se habían movilizado fuertemente por la justicia social, la inclusión y la
igualdad. Y por el desarrollo.
Los que de un modo u
otro vivimos bajo aquel terror, sabemos de qué distintos modos el miedo se hizo
carne y piel, y cuán difícil fue salir del “silencio y la inmovilidad”. La obediencia era un
reflejo, una cuestión casi muscular, pero así y todo volvimos a llenar las
plazas y las avenidas para reclamar libertad, paz, pan y trabajo. Tras una
breve primavera de conquistas, las promesas se desvanecieron y comenzó un largo
ciclo donde la democracia estuvo tutelada por la subordinación al capital
financiero: persianas bajas, fábricas cerradas, desocupación, exclusión, hambre
y miseria. Puertas adentro de cada hogar, “cada necesidad era un drama
angustioso”. “Cuando las masas pierden su ilusión del derecho y la justicia, y se
sienten constreñidas por el sufrimiento, entonces esa masa queda
inevitablemente librada a esos estados mórbidos, propicios a la anarquía,
primero, y, más tarde, a la disolución y la ruina”.
Eso fue el
2001. Los cuerpos reaccionaron con un espasmo de violencia contenida, y el tejido social estuvo a punto de estallar, llevando a
la Argentina misma al borde de la disolución. Desde el 2003 a la fecha, se pudo
recomponer esta larga tendencia hacia la fragmentación y la inercia. Hubo trabajo,
educación, salud, crecimiento, bienestar, inclusión, desendeudamiento, ciencia,
desarrollo, integración, memoria, verdad y justicia, reparación del tejido
social, y la recuperación de la dignidad y de la iniciativa perdidas durante la
larga noche neoliberal. Todo esto se llevó adelante confrontando con quienes
toda la vida se negaron a reconocer estos derechos a las grandes mayorías
argentinas y, pese a la virulencia de los grupos mediáticos y de ciertos
sectores políticos, se hizo en paz y en libertad. Con las calles llenas de
jóvenes, de mujeres, de familias trabajadoras y de clase media, levantando una
bandera de esperanza.
Y vos podés no estar de
acuerdo con el estilo, o con algunos aspectos puntuales de este proceso, pero
lo que no deberías permitir es que nadie te tabique nuevamente la mirada y te
haga perder de vista el conjunto, la totalidad de esta película. Hoy los medios
cumplen el rol que antes cumplieron los milicos, y te tabican para que unos
crean que el problema es la corrupción, otros piensen que es el impuesto a las
ganancias, o el paco o el medio ambiente. Y así de seguido, con tal de venderte
un candidato que reciba una sociedad previamente “fraccionada, inmóvil, silenciosa y obediente”. Una
comunidad dividida en “compartimentos estancos” que olvide que en la cucheta de
al lado hay un compatriota que vive sus mismos infortunios y alegrías. “Una
sociedad pasiva e inerte” que tenga la guardia baja y que no atine a reaccionar
cuando Macri venga a convertir en polvo todo lo que tanto nos costó conseguir.
Por Carlos Semorile.
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