domingo, 9 de noviembre de 2014

No amarás



Piense como piense, sea del partido que sea, tenga religión o no la tenga, usted se halla sometido a un mandato espantoso. No me mire con esa cara que sabe bien de qué le hablo. Cotidianamente, las grandes corporaciones mediáticas y los figurones del fragmentado arco opositor le dicen en cien tonos distintos -que van del ruego al dictamen liso y llano- que usted no debe amar. “No amarás”, le ordenan, el paso fugitivo de los días que se van con su carga de alegrías, conquistas y esperanzas, dejándolo al margen de buena parte de la realidad nacional. Mientras sus compatriotas celebran alcanzar derechos, usted –que genuinamente podría compartir estas emociones- se empecina en ver torcido lo que salió derecho. Y fíjese que como sus afectos no encuentran su cauce natural, terminan desviándose y se le empozan en el alma. Lo mejor suyo capitula porque, obligado a no amar, como mínimo usted está triste.

Pero ahí no termina la cosa porque, además de triste, algo en usted se ha resentido y entonces vive enojado y en un estado de permanente beligerancia. Y mire que algunas gentes que lo quieren bien se lo han dicho: que no le va mal, que hay buenas perspectivas, que no hay nada que temer. Que nadie pierde cuando son otros los que ganan terreno. Pero el “no amarás”, que contraría dos mil años de la mejor cultura cristiana, ha anidado en sus miedos y lo mantiene sujetado a un odio difícil de explicar. Su falta de templanza es proporcional a la dicha de tantas argentinas y argentinos. Como dijera el poeta: “El extremista y el cobarde van convergiendo en su dolor, mientras el resto con amor trabaja porque se le hace tarde”. ¿Por qué le digo todo esto? Porque la vida pasa, mi amigo, y usted merece sacudirse esa amargura que le han fabricado adrede para que no se sume al orgullo y la dignidad de ser argentino.

Por Carlos Semorile.

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