Hace tiempo que con los compañeros Teresa Perrone y
Jorge Ruiz de Larrea venimos chacoteando con el nombre que mejor le cabría a la
orfandad discursiva de “la Opo”, y a todos y cada uno de los indigentes
lexicales que tienen como dirigentes. Tamaña indigencia pone de manifiesto una carestía
del lenguaje que, lo quieran ellos o no, deja al desnudo una alarmante falta de
ideas en uno de los momentos más álgidos del debate de la palabra pública
argentina. Dicho de otro modo: no son sólo sus correligionarios los que pierden
ante semejante ausencia del pensamiento y su articulación con las variables de
la realidad nacional, sino que perdemos todos al no haber interlocutores con
quienes discutir los temas que hacen al desenvolvimiento de la Nación. Desertan
de dar quórum en el Congreso, y corren en grupete a que los regañen en los
estudios de tevé. Siendo muy piadosos, parecen mascotas de diseño.
Pero si uno mira los carteles del último ágape
cacerolo (esa mixtura extraña entre vernissage paqueta, y nostalgiosa reunión
de admiradores del genocidio), se le agota la paciencia y se le estruja la
piedad. Vociferantes, exasperados, violentos de palabra y acto, pero incapaces
de generar una frase coherente, una oración sugestiva, un discurso democrático,
atractivo y convocante. No es casual esa pancarta que tenía una acusación
lapidaria: “Oposición de mierda”. Ese cartel, queridos míos, es un espejo que
refleja las dos caras de una misma miseria: faltan ideas en la cúspide, y a la
base digamos que tampoco le sobran. Es debido a ello que nuestros intelectuales
y pensadores andan rescatando a Sarmiento, a Martínez Estrada y tantos otros,
porque no se puede debatir en serio con panelistas, ex divas y cagatintas. Un país
con la tradición cultural de la Argentina se merece algo mucho mejor que este
penoso cardumen preverbal.
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