miércoles, 26 de noviembre de 2014

Abrazar al cantor



En el día de la música, las redes sociales se poblaron de canciones que adoramos, melodías de todas las horas de nuestras vidas. Recordé la “Tonada para dos tristezas”, con sus preguntas que son como heridas para las que no hay respuestas ni reparos, y también “Guitarrero” en la versión de Zitarrosa, por aquello de “no te vayas guitarrero, que se me apaga la luz del alma”. Resultó que una amiga venezolana “no lo tenía” al uruguayo, y entonces meta hacerle conocer algunas cosas suyas. Así fue como me enganché con un concierto de Zitarrosa en Canal 7, cuando la Argentina había recuperado la democracia y en Uruguay faltaba poco, pero faltaba aún. Las tribunas llenas de banderas y vibrantes de cánticos, eufóricas con las letras de don Alfredo, oyéndolo como en misa a él y a su formidable conjunto de guitarras. Y al final, rompiendo las estúpidas reglas de la tele, todita la gente abrazando y besando a su cantor.

No era habitual verlo así a Zitarrosa, quien tenía una estampa recia de criollo curtido y hombre poco dado a las exteriorizaciones. Hace treinta años fuimos a un recital suyo en Piriápolis, en un humilde club de barrio repleto de orientales y de turistas deseosos de escucharlo. Poco después de la hora anunciada, ya estaba sobre el tablado, atildado y dispuesto a comenzar. Pero sucedió que un fotógrafo -de los antes- se puso a hacerle fotos, y a un flashazo le seguía otro y así hasta que Zitarrosa le dijo que ya había hecho su trabajo y que ahora le rogaba -en un tono que nada tenía de ruego- que lo dejara hacer el suyo. Esa fue la primera lección de la noche. La segunda fue cuando mandó parar a sus guitarristas porque habían comenzado un tema en falso. Cuando arrancaron de nuevo, lo hicieron a tempo y ahí sí le puso voz a sus versos. Sólo él había notado el fallo, pero su oficio era la cosa más seria del mundo.

La misma actitud puede verse en el video de aquel recital en el canal público, cuando en reiteradas ocasiones pide que le mejoren el sonido a sus guitarreros. O cuando presenta a sus músicos, dos uruguayos, dos argentinos, cuatro guitarras “unplugged” sonando como orquestas celestiales. O el modo en que iba presentando sus canciones, sin grandes aspavientos ni soporíferas “introducciones” porque, al fin y al cabo, esos maravillosos temas se defendían solos. En fin…, la verdad es que se lo extraña a Zitarrosa. Ya no se hacen cantores así, con esa precisión y ese temple para ponerle el cuerpo a emociones tan privadas y a la vez tan de todos. “Un cantor nacional”, diríamos de este lado del charco, un tipo capaz de cantar una milonga, un tango o una zamba. Músicas del pueblo que el pueblo lleva en su prodigioso corazón, y por eso abrazar al cantor es como abrazar nada menos que a la esperanza.

Por Carlos Semorile.

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