domingo, 23 de noviembre de 2014

Lágrimas y reparaciones



Algunas compañeras ya lo andan anunciando en las redes sociales. Hay otras y otros que van a esperar a que Cristina termine su discurso del martes para confesar a viva voz lo mucho que se emocionaron. Y como todo es posible, habrá inclusive algunos pocos que no se lo digan ni a su sombra. Pero lo cierto es que hemos vivido, y aspiramos a seguir viviendo, años de lágrimas y reparaciones. Entre las reparaciones y las lágrimas se cruzan de mil modos lo social y lo íntimo, lo personal y lo comunitario, los dolores que nos atravesaron de tantas maneras y el desahogo que apareció ante tantas situaciones reparatorias en lo económico y en lo social, pero también en lo cultural y en lo simbólico. Llorar, a esta altura de la década ganada, ha dejado de ser un mero acto individual. Porque, aún cuando sea cierto que a cada quien su pañuelo, ya vamos sumando un mar de lágrimas dichosas y llantos reparadores.

“Estar en el mundo, es estar emocionados”, suele decir el Tata Cedrón, y es una verdad grande como una casa. Sólo que vivimos muchos, demasiados años en que las únicas emociones que nos daba la clase política eran la bronca, la rabia y la ira. Décadas en que llorábamos de dolor, angustia e impotencia. Quien lo olvida, traiciona sus emociones y pierde una parte crucial de su “estar en el mundo”. De estar “en esta tierra, en este instante”, de alegrarse de que la reparaciones vayan llegando a cada casa, a cada hermano, un día sí y otro también. Usted no puede, y nadie puede darse el lujo de tener el lagrimal seco cuando tantos ojos se humedecen al paso machacante de las reparaciones. Y si le agarran dudas –o peor: si se las siembran-, tenga presente los versos de Buenaventura Luna: “Quien de amores no se asiste, vive siempre resentido: desconfiá del aburrido, del mentiroso y del triste”.

Por Carlos Semorile.

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