No es habitual asistir al nacimiento de un dirigente
político de masas, de un hombre que pueda plantarse ante una multitud y
encontrar –en medio de la emoción que lo embarga- la calma necesaria para
enhebrar las ideas y lanzarlas hacia las compañeras y compañeros, y hacia mucho
más allá también. Extraordinario fue, por donde se lo mire, el alumbramiento de
Máximo Kirchner, ya no como cuadro de La Cámpora, sino como un hijo de este
pueblo que es capaz de conducir, entusiasmar y dotar de palabras y pensamientos
a la militancia y a los neutrales también.
Es verdad que “no hay apellidos milagrosos; hay
proyectos de país”. Pero también es cierto que existen ciertos linajes políticos
que legan unas muy precisas y determinadas herencias revolucionarias. Y Máximo
se alzó sobre sí mismo, y con un coraje admirable, nos llamó –como si lo
hiciera el propio Néstor– a seguir apoyando a Cristina. La Presidenta que da
todas las batallas “con el pueblo como bandera”
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