Decía Jauretche, hablando de los radicales
alvearizados en 1934, que “todavía no saben que conducir y profetizar son
cualidades inseparables”. Ochenta años después, todavía hay quienes no
entienden que Cristina conduce los destinos del país porque sólo ella es capaz
de dilucidar adecuadamente los ominosos enigmas con que la esfinge neoliberal
intenta hacerle zancadillas al futuro de los argentinos. No se trata
simplemente de que la Presidenta expresa que nos quieren ver de rodillas: se
trata, además, de que le pone nombre y apellido a quienes –desde oscuros despachos
tapizados de infamias- traicionan a la Patria.Y se trata, también, de
generar las condiciones para que la Nación sea soberana en sus decisiones y
deje de estar a merced del buitrismo de afuera, y del buitrismo de adentro.
Si alguien, piense como piense y siga a quien siga,
quiere saber de verdad en dónde estamos parados y hacia dónde nos dirigimos, no
tiene otra opción que pararse a escuchar a la única y la más lúcida profeta que
tenemos. En este sentido, y volviendo a parafrasear a Jauretche, “el país es ya
kirchnerista, aunque no lo sepa”. Y lo es, sencillamente, porque no hay
izquierdas ni derechas que puedan hacer una lectura nacional de los problemas
nacionales. Frente a todas las encrucijadas, sólo hay salidas kirchneristas porque
el resto de las fuerzas políticas del país (y algunos jetones del palo) “todavía
no saben que conducir y profetizar son cualidades inseparables”. El liderazgo de
la Presidenta es inescindible del proceso emancipatorio argentino porque Cristina,
al conducir, profetiza y acierta. Y es que
Cristina profetiza porque, a cada hora de cada día, acierta cuando conduce.
Por Carlos Semorile.
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