Además de un merecido triunfo, el pasado partido
frente a Bélgica nos dejó una frase memorable de Javier Mascherano: en la
previa del encuentro, “el Masche” les dijo a sus compañeros que él quería ganar
y avanzar a la ansiada semifinal porque estaba “cansado de comer mierda”. Sin
miedo a exagerar, es una arenga excepcional para todos aquellos que tenemos
sueños, esperanzas, expectativas, o como les quieran llamar, y que no estamos
dispuestos a dejar que se diluyan, se vengan en banda o que directamente nos
las estropeen. La médula de nuestras convicciones sobre la construcción de una
comunidad emancipada puede debatirse, argumentarse y mejorarse todo lo que se
quiera, pero su fuerza también reside en
poder plantarnos y decir que no pensamos retroceder ni un tranco ´e pollo
porque estamos cansados de comer mierda.
Se podría decir de un modo menos grosero, o más
cercano a la academia, pero perdería gran parte de su sencilla verdad: cada vez
que al país lo gobernaron los mercados, las oscuras finanzas y los fondos
buitres, las grandes mayorías argentinas terminaron comiendo mierda. De ahí
proviene nuestro cansancio. De ahí, también, que prefiramos tener conductores y
no simples gobernantes y “representantes”, dóciles con los poderosos y duros
con los de abajo. Preferimos tener tipos y minas que se planten y digan “no”
todas las veces que haga falta decirlo, cuadros políticos serios que se la
jueguen y que a la vez estén preparados para las batallas más difíciles. Y que
cuando el destino de la Patria se dirima en lejanos y hostiles escenarios, tengan
la garra necesaria para hacer una proclama “a lo Masche” y sepan volver coronados
de gloria.
Por Carlos Semorile.
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