martes, 1 de octubre de 2013

El fatal ambientalismo de los Boris Grushenko



"Nunca debes matar a un hombre, sobre todo si eso significa quitarle la vida", decía Boris Grushenko retorciendo el sentido común hasta hacerlo estallar contra la lógica. Su complicada filosofía se derivaba de una contradicción primera: era un ruso pacifista en el momento mismo que su patria afrontaba las invasiones napoleónicas. Enrolado contra su voluntad, sus camaradas lo ponían en la boca de un cañón para sacárselo de encima pero, de chiripa, Boris caía sobre una tienda enemiga y desbarataba al alto mando francés. Un anonadado Grushenko se convertía así en héroe nacional.

Luego, la película de Woody Allen seguía otros rumbos igualmente disparatados, pero con lo expuesto nos basta para comentar la detención de dos ecologistas argentinos en los mares de Rusia. Resulta que mientras millones andábamos entretenidos peleando contra el neoliberalismo, comenzó a instalarse en estas pampas un credo ambientalista de muy buen ver en su canchera fisonomía “natural”. Como Boris Grushenko, “los verdes” también se enrolan en una causa superadora del entresijo y el fango nacional en el que los demás están tratando de salvar, entre otros detalles como la propia vida, los recursos naturales del terruño propio. Pero sucede que el ambientalismo -curiosamente como los capitales transnacionales- detesta las fronteras y, al igual que ellos, respeta muy mucho los poderes centrales de este mundo mientras pretende pasar por encima de aquello que está en la periferia.

Parodiando a Woody, cada tanto sus activistas aterrizan sobre un tenderete industrialista de alguna comarca a la que no le es permitido usufructuar sus riquezas para alcanzar –o mantener- el status de Nación. A veces caen presos pero, a diferencia del solitario final de Boris Grushenko, un ejército de abogados y de medios se ocupará de ellos. No sería extraño que, en las semanas que siguen, nos quieran hacer creer que los rusos (siempre tan criminales) se ensañen con los dos héroes argentos. Pero no hay nada que temer: ellos también piensan que “nunca debes matar a un hombre, sobre todo si eso significa quitarle la vida".

Por Carlos Semorile.

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