miércoles, 16 de octubre de 2013

Ni a palos



Así se llama el suplemento juvenil del periódico “Miradas al Sur”, sección que desde hace unos meses también comenzó a acompañar la edición dominical de “Tiempo Argentino”. Pero también es la última pregunta que contestan quienes son entrevistados por los periodistas del suple: “¿A qué le decís ‘ni a palos’?” En líneas generales, podría decirse que ese mismo espíritu recorre todas sus notas -escritas por jóvenes que militan o apoyan al gobierno kirchnerista-, que dan cuenta de la coyuntura social y asimismo de diversos aspectos culturales (cine, literatura, música, etc.), pero todos tomados desde su fuerte imbricación con la política. Y ello está en línea con la idea de que participamos de una batalla cultural que se juega, sin excepción, en todos los terrenos de la vida comunitaria.

No se crea, por esto que digo, que me gusta todo el suplemento. Pienso, más bien, que aciertan en las notas de fondo pero desperdician una buena cantidad de espacio en las columnas más pretendidamente “juveniles” y humorísticas. Tal vez se deba a que, como ya no soy joven, no le encuentro la gracia, pero me parece entender que “Ni a palos” apunta a formar un tipo de lector más parecido a los jóvenes que hoy se acercan a la militancia. Pibes y pibas que son -en todo sentido- más maduros, y que difícilmente busquen en esos espacios lo que Capusotto ya les da en la tele. 

Pero estas breves líneas apuntan a una crítica bastante más severa. En la edición del domingo 7 de octubre, “Ni a palos” entrevista largamente a la escritora y cineasta estadounidense Megan Boyle, y –francamente- no se entiende que se le brinde todo ese espacio para reflexionar sobre “la nueva literatura y la posibilidad de un arte tan narcisista, preciso, sincero e intrascendente como el mejor tuit”. Y no se comprende porque, en el mejor de los casos, queda en evidencia que las producciones de la propia Boyle caben en esa definición (narcicista, intrascendente), y que no está en condiciones de producir ninguna reflexión seria al respecto. Ella y su esposo (también escritor) se han filmado a sí mismos con sus “macbooks”, y luego decidieron hacer un film con esas casi 200 horas de imágenes cotidianas: “Yo quería que las escenas fuesen cortas, me parecía que eso iba a ser más interesante. Teníamos un montón de material y queríamos que fuese divertido. Tao y yo en algún punto somos los dos socialmente ineptos, entonces teníamos un montón de escenas y momentos divertidos a raíz de eso”. Si esto mismo se lo hubiese dicho Catherine Fulop a la revista “Caras”, no me sorprendería en lo más mínimo y no estaría escribiendo esta nota.  

Más adelante, el cronista la consulta sobre los distintos rótulos que podrían identificar su producción (“mumblecore” o “alt lit”), y también acerca de su pertenencia a un grupo generacional (“Generación-de-Universitarios-Sin-Trabajo” o “Generación-iPod”), y en ambos casos la Boyle se desmarca con elegancia. Del mismo modo, elude una definición sobre su futuro: “Cuando era más chica me acuerdo que podía imaginarme claramente dónde iba a estar dentro de un año, o dentro dos o tres. Pero ahora no. Ahora trato de pensar y quedo completamente en blanco, no tengo la menor idea. De verdad no lo sé. Es una sensación un poco aterradora pero también bastante interesante. Está todo bien si termino trabajando en un almacén o haciendo películas o las dos cosas”. Obviamente, a una persona así sale sobrando preguntarle a qué le dice “ni a palos”.

La Fundación Proa, en cambio, debe tener sus motivos para invitar a Buenos Aires a esta muchacha. Y está bien: hay un público minoritario siempre ávido de saber de qué va la cosa cuando se dice “alt lit” o “Generación-iPod”. Lo asombroso –y lo triste- es que un medio militante desperdicie de esta manera las páginas que podría haber dedicado a un pibe argentino con pensamiento propio. ¿No tenemos nada nuestro para mostrar? ¿Allá afuera no hay un montón de talentos esperando ser difundidos? Y, lo que es peor, ¿no sabemos de sobra que por cada Boyle que nos venden, luego aparecen los clones locales deseosos de producir “algo” –lo que sea- que sea bien “mumblecore”?

Aclaro, por si hiciera falta, que no se trata de un problema de estéticas, sino que esto también forma parte (y acaso sea el alma misma) de la tan mencionada batalla cultural. Ellos pueden filmar no doscientas, sino un millón de veces doscientas horas “minimalistas”, y nunca tendremos una mirada que le otorgue sentido a nuestra realidad. Ese es su cine, esa son sus series, esa es su industria y ese su mercado. Ya es bastante penoso que los medios progresistas (leáse “Página/12”, leáse “Radar”), o los del palo nacional y popular (leáse “Tiempo Argentino”), se ocupen con creces, y naturalicen, esa mirada. Se va instalando una cosa esquizoide de mencionar a los íconos del Pensamiento Nacional, pero al mismo tiempo se continúa creyendo –con inocencia digna de mejores fines- que debemos abrevar en todas las novedades. Me parece, por el contrario, que es hora de decirle “ni a palos” a aquellos que se autodefinen como “socialmente ineptos”, y que no tienen ni quieren patria alguna porque no llevan a ningún pueblo en su corazón. Y que sería bueno que, como dice el Tata Cedrón, definamos qué proyecto cultural nos damos para lograr el país que anhelamos.

Por Carlos Semorile.

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