jueves, 5 de septiembre de 2013

¿Qué clase de bestias son los sirios?



Aunque uno jamás se formule esta terrible pregunta, debe admitir que conoce la respuesta: son una horda ingobernable en peligroso estado de ebullición interna y, por lo tanto, capaces de las mayores salvajadas. Yendo un poco más lejos, deberíamos aceptar que –salvo casos particulares- jamás nos detuvimos a pensar en Siria ni en su gente, y que lo que afirmamos tan a la ligera no es más que un sonsonete que venimos escuchando y repitiendo sin parar, un retintín que no podríamos sostener en ningún debate medianamente serio. Porque, en verdad, ¿qué es lo que sabemos de los sirios?

O, mejor dicho: ¿conocemos tan siquiera “algo” del pueblo sirio? ¿Qué sabemos de su historia, de sus antepasados, de los grupos étnicos que confluyeron en la formación de la nación Siria? ¿Estamos al tanto de sus costumbres, de los valores que las animan, del modo en que las mismas han sido transmitidas de generación en generación? ¿No será que ignoramos todo lo concerniente a su régimen de gobierno, a su sistema de representación política, a sus líderes sociales, a sus formas de organización comunitaria? ¿Tienen clubes de barrio, sociedades de fomento, locales partidarios? ¿Son gregarios, familieros, adoran el juntarse o todo lo contrario? ¿Salen masivamente a las plazas los días de sol, les gustan las mascotas, son de comer mucho o son medidos? ¿Qué música escuchan, tienen una literatura nacional, visitan sus museos, tienen una pintura y una plástica propia? ¿Tienen filósofos, ensayistas, un pensamiento arraigado en sus tradiciones? ¿Qué atuendos usan y por qué, cuáles son sus accesorios favoritos, son más bien sobrios o gustan de los colores? ¿Qué deportes practican, en qué disciplinas se destacan, cómo se divierten sus jóvenes? ¿Cuál es su credo, respetan los preceptos del culto, confluyen en sus ceremonias? ¿A qué Dios o a qué dioses le rezan?

Tampoco sabemos a dónde van en sus vacaciones, ni si cuentan con buenas rutas y una infraestructura adecuada. ¿Tienen una línea aérea de bandera, aeropuertos en las principales ciudades, una red fluvial integrada y una flota mercante nacional? ¿Hay suficientes médicos, maestros, científicos, ingenieros? ¿La salud, y la educación y los servicios esenciales: son prioridad del Estado o están en manos privadas? ¿Mantienen deuda con el Fondo -o alguno de los organismos-, o son un país que maneja soberanamente su economía? ¿Tienen una política exterior independiente, o están a merced de directrices externas? ¿Existe Siria, pues, como una nación autónoma e integrada a nivel regional y mundial?

Sea como fuere, hay una agresión en marcha que va a arrasar con toda esta diversidad que desconocemos pero que, razonablemente, podemos suponer que existe. El complejo militar-industrial que gobierna los Estados Unidos destruirá la infraestructura nacional siria (sus fuerzas armadas, los puentes y caminos, las plantas potabilizadoras, la red eléctrica, los aeropuertos y represas, etc.), y luego de “la transición” vendrán otras empresas yanquis a “reconstruir” lo que estaba en pie y funcionaba bien. Paradojas del anarco-capitalismo: mientras el país se endeuda a tasas del siglo XXI, muchos de sus habitantes pasarán a sobrevivir en condiciones semi-feudales de existencia. Si esto sucede, Siria dejará de ser una incógnita, y de su riqueza cultural no volverá a saberse nada.

Y esto nos lleva al inicio de estas líneas, cuando advertíamos que el primer bombardeo mediático nos había alcanzado a todos hasta convencernos que “todos los bárbaros” deben ser exterminados. Demasiado a menudo escuchamos aquello de que “una imagen vale más que mil palabras”, pero los dueños de las usinas de imágenes han pulido el retrato del Otro como salvaje, y por eso no nos asombra que estén a punto de masacrar a los sirios. De la mano del imperio de la imagen, nos están llevando a un estadío pre-verbal, irreflexivo y rústico, que nos deja inermes frente a toda agresión. Recuperemos las palabras y el lenguaje para que triunfen las diversas culturas de los pueblos, y no la homogénea civilización de los poderosos.

Por Carlos Semorile.

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