viernes, 20 de octubre de 2023

Hay sistema en la locura

 


   Para decir unas pocas cosas acerca de esta coyuntura tan angustiante, primero vamos a subirle el precio al personaje que más desvelos provoca, pero, como enseguida se verá, de inmediato lo volveremos a ubicar en su palmera. Como plantea Eduardo Rinesi en “Política y tragedia”, decir –y acertar al decirlo- que hay sistema en la locura del príncipe Hamlet no supone de ninguna manera contraponer “sistema” y “locura”, sino que, por el contrario, la riqueza del personaje reside en que haya sistema en la locura.  

 

   Creo que parte del dilema que nos tiene atravesados entre política y tragedia (aclaremos: entre la política tal como la conocemos y la tragedia que puede advenir como apocalipsis del conjunto de las prácticas comunitarias), es que el sistema político no supo prever –salvo Cristina: léase su intervención en el Foro del sector empresario de la Cumbre del G 20 realizada en Francia el 3 de noviembre de 2011- que la ausencia de un estado regulador y reparador podía engendrar semejantes monstruos.

 

  Esto no lo advirtió el sistema político pero sí la militancia política (y aquí mantenemos adrede la tensión entre lo político en su acepción débil del término, reservando la política como significado fuerte del término) que a lo largo de estos 4 años de abulia albertista se desgañitó de todos los modos posibles para llamar la atención de un presidente que expresamente pidió que se lo interpelara si equivocaba el rumbo para el que había sido elegido, pero que sólo eligió confrontar con el sector kirchnerista del Frente de Todos.

 

   Este consensualismo degradado y berreta –al que muchas veces dimos el nombre de “Nuestro Frondizi” con el fin de desarmar la falacia de que Alberto fue un error de Cristina, como si la traición de Arturo Frondizi hubiese sido culpa de un Perón empecinado, y para recordarles a “las alegres comadres doctrinarias” que frente a Alberto y a Frondizi esperaban agazapados Aramburu y Macri-, careció de sistema y de racionalidad, y por eso anduvo errático y a los tumbos permitiendo que crezcan estas opciones espantosas.  

 

  Porque no solo el lúbrico candidato incestuoso apostó por presentarse como un sádico, sino que también lo hace la candidata del Grupo de Tareas Pro, y en ambos casos (amén de que la endogamia es otra marca indeleble de las derechas: sus incestos inter-casta son para proteger sus privilegios) el acento puesto en la locura es lo que impide que buena parte de la sociedad no acierte a ver el sistema que los sostiene por detrás, y que siempre vuelve a ponerse en marcha cada vez que se trata de joder a las mayorías.

 

   Si la tragedia viene de la mano de un fingido delirio que esconde bien la barbarie de lo que su sistema vendría a imponer (y no porque sea Hamlet, porque más bien se parece al patético Polonio), la parte consciente de la sociedad –la que entiende que forma parte de una comunidad, y que se salva o se hunde con ella- le ha puesto racionalidad a la política. Ojalá alcance.

 

Por Carlos Semorile.

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