lunes, 7 de noviembre de 2022

La grasita


    Pocas cosas más sanadoras que ir al teatro y salir de allí en estado de gracia por haber presenciado una obra que el afiche presenta como “espectáculo unipersonal de narración oral”, aunque aún siendo así es mucho más que eso. Y por varios motivos. Uno de ellos es que siendo su intérprete -Lili Meier- una consumada narradora oral, también demuestra en escena tener grandes dotes de actriz.

 

Por otra parte, está el texto que Meier despliega ante el público con una formidable capacidad evocativa que nos sitúa siempre en el tiempo y el lugar que el personaje transita y, más que nada, nos arrima a su ternura y a la de otras mujeres que son cruciales en esta historia, como su madre y su tía. No conocemos el libro homónimo de la escritora Mercedes Pérez Sabbi, pero imaginen cómo habrá sido la función que uno se queda con ganas de buscarlo y leerlo.

 

Además, podemos debatir cuáles son los límites de lo “unipersonal” cuando la narración nos incluye a todos porque, aunque no hayamos estado en Plaza de Mayo cuando fue bombardeada en 1955, se trata de nuestra historia y porque entonces lo personal termina siendo una crónica colectiva que, por más que uno haya visto muchas veces las imágenes de aquella infamia, nos conmueve desde un lugar distinto.

 

No podemos ni debemos decir más, a riesgo de arruinar la catarsis de futuras espectadoras y espectadores. Digamos, sí, que gracias a “La grasita” nos llevamos su voz para no olvidarnos nunca de la esperanza.

 

Por Carlos Semorile.

No hay comentarios:

Publicar un comentario