Este asunto de la quita de las pensiones a las
personas con discapacidad (que ahora parece que, como dicen los mexicanos,
“siempre no”, pero –como pregonan los macrianos- “si pasa, pasa”), me hizo
recordar a un personaje que conocí “bajo bandera” allá por Punta Indio, año
1982. Este conscripto era muy menudo y, aunque casi enclenque en cuanto a
musculatura, estaba lleno de determinación, astucia y energía. Como tantos
otros colimbas, fingía una discapacidad para zafar de la milicia. Sólo que él
se llamaba Paciencia.
Como en los microcosmos jerárquicos, arbitrarios y
violentos, los denigrados reclutas rápidamente denigraban a su vez a aquellos
que estaban apenas un escaloncito por debajo de su posición. Esto ocurría
masivamente, como cuando los porteños -alentados por los suboficiales- gastaban
a los puntanos, y se daba con una saña que hoy llamaríamos “bullying” en casos
de particular indefensión. Como parte del ritual injuriante, casi todos le
tocaban la pelada al pequeño Paciencia mientras le decían: “Ya vas a crecer,
tené paciencia”.
El hecho era doblemente ofensivo porque se suponía
que Paciencia era sordo, y no podía reaccionar ante un agravio que “no
escuchaba”. Además, milicos de todos los rangos (incluyendo al personal médico)
le habían tendido celadas que iban del susurro al grito más sacado y gutural,
pero Paciencia se mantenía firme en su personaje. Casi estaba al borde de la
ansiada “baja”.
Pero un día lo traicionó el hambre. Habíamos
terminado de comer, y estábamos echados como a unos 200 metros de la cocina. De
pronto, espumadera en mano, sale de allí uno de los cocineros y avisa que quien
así lo quisiera podía repetir el plato. Mientras muchos se preguntaban unos a
otros qué había dicho el gordo de delantal blanco, Paciencia ya estaba con sus
cacharros haciendo la fila para volver a almorzar. Ganó el pan y perdió la
baja.
Porque Paciencia no era chiquito porque sí: toda su
estructura física delataba una historia de necesidades que se remontaba a sus
ancestros. Del mismo modo, su capacidad de aguante ante las ofensas era un
síntoma claro de aquellas resistencias que se ejercitan en la adversidad y se
incorporan al carácter cuando todo es desamparo, sin cobijos ni derechos. Así
las cosas, hasta el apellido “Paciencia” parece una declaración de obligadas
renuncias.
Entonces, retomando lo del inicio, ¿cuántos “casos
Paciencia” creen los funcionarios macrianos que se camuflan entre las personas
con discapacidad que reciben pensiones de parte del Estado? Y aún suponiendo
que fueran unas cuantas decenas: ¿no perciben que hay un universo de necesidades desatendidas,
de sujetos que todavía no alcanzaron sus derechos? ¿Y no creen que ya está
bueno de jugar al diálogo y, al mismo tiempo, hacerse pasar por sordos? ¿Cuánto
más creen que pueden seguir reproduciendo este modelo arbitrario y sumamente violento,
donde los denigrados se bancan sin chistar los oprobios? Y, sobre todo, ¿no se
dan cuenta que se agota la paciencia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario