En el amor político pasa lo mismo que en el amor de
pareja: puede que llegue un momento en que uno se haga la pregunta del título,
y que por toda respuesta deba admitir que así “como cambia el calendario, cambia
todo en este mundo”. Y a veces,
como en el desamor, las cosas cambian para peor. Por eso fue tan significativo
el acto en Avellaneda: los que venimos perdiendo por goleada, fuimos a
reafirmar que “antes de amar, debe tenerse fe”.
Durante un año
y medio buscaron que hocicara, que se rindiera e implorara misericordia. Que se
arrastrara a un set televisivo para hacer pública su “autocrítica”, y diese por
fenecido el ciclo iniciado en 2003. Que replicara, en suma, lo que tantos otros
hacen a cambio de una tregua inestable e indecente. Los demás, los simples, los
de abajo, sin certezas, sin “partido” ni medios; sin agachadas, sin dobleces ni
traiciones; sino solamente con nuestra fe y nuestro amor, nos abrazamos a la
única que levanta la bandera de la esperanza.
Y ella nos respondió con una lección política que nos
urge asimilar. ¿Querían “vecinos” e “historias reales”? ¿Pedían discursos sin
beligerancias? Acá los tienen pero, si “cambia todo en este mundo”, ahora tienen
que ver sus caras y escuchar sus historias, y admitir que todos esos nuevos
excluidos se sumen a esta Unidad Ciudadana que no pide certificados de
pureza partidaria o ideológica. Sólo pide que antes de amar, deba tenerse una
mínima fe.
Por Carlos Semorile.
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