sábado, 12 de diciembre de 2015

"Debes amar la arcilla que va en tus manos"



Anoche fuimos a la muestra de fin de año del Instituto Municipal de Cerámica de Avellaneda. Acudimos invitados por Malena, la hija de mi compañera, que estudia allí con un entusiasmo y una pasión que es lo que uno siempre desea ver en los jóvenes, sobre todo porque sabe que ese el mejor capital para afrontar los estudios. E inclusive una vocación, que también requiere esfuerzos y muchas horas dedicadas a los aspectos menos gratos del aprendizaje. Que Malena haya abrazado esta vocación es algo que nos hace muy felices, luego de haberla visto penar con materias absurdas de carreras áridas y desoladas. El Instituto, además, es una maravilla, escondido como un secreto en el corazón de una manzana, y sin embargo abierto a todos de un modo poco frecuente. Apenas llegados, mientras esperamos la apertura, un alumno nos convida con tarta de manzana hecha por sus propias manos.

Enseguida, nos estrechan las manos de Emilio, el dire de la escuela, y nos invita a sentirnos como en nuestra propia casa. No es nada difícil: recorremos a voluntad las aulas y cada recoveco, maravillándonos con las obras expuestas. En cada sala hay un cartel que convoca a sumarle afecto a los conocimientos, y eso también se nota en el cuidado de las instalaciones y los materiales. Luego, la muestra propiamente dicha, plegada de belleza, de concepciones propias, de creatividad genuina y alejada, a más no poder, de lo “cool”. Como corolario, la ceremonia de graduación, sencilla, llena de cariño compartido y abrazos sinceros. Emilio habla del amor a la arcilla, y no puedo dejar de pensar en Cipriano Algor y en su hija Marta, los personajes alfareros de “La caverna”, la novela de Saramago. Y en la canción de Silvio, esa que dice: “Debes amar, la arcilla que va en tus manos (…) sólo el amor convierte en milagro el barro”. 

Por Carlos Semorile.

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