Luciana Jury canta las primeras estrofas con los ojos
cerrados. Luego mira a la gente como reconociendo a los habitués de una taberna
colonial, una fonda que noche a noche se llena de amigos que quieren escucharla
otra vez. El tercer movimiento es cuando ella clava los ojos más allá del
público, y ese es el momento de la turbulencia. Porque de eso se trata: las canciones
de la Jury siguen brotando de su raíz pero están hechas para despegarse del
suelo. Pero no tema, porque unos versos más adelante viene un recodo -que es
como un dulcísimo remanso de ternura- donde usted, que ya está advertido, tiene
la chance de prepararse para alcanzar de nuevo ese “cielo lleno de flores”.
Como dice la canción, y como retrata el dibujo que
Cristian Mallea le hizo para la portada de “La Madrugada”, allí están el
“torbellino de estrellas” que la Jury trae en las caracolas de su voz y de sus
cabellos. Puede ser una copla, una milonga o un bolerazo de aquéllos. Lo cierto
es que, luego de pasar por las entrañas de esta cantora formidable, revolotean
como maripositas de amores para que usted se las lleve. Pero no se crea que es
gratis. Mientras disfruta de tanta música, hay algo que lo tiene inquieto:
¿cómo hace la Jury para cantar así? ¿No le pareció oír un como latigazo de la
Merello, o un temblor de los de Favio? ¿Y qué son esas piruetas escénicas sino
apariciones fugaces de Niní Marshall? Ella misma, que además es generosa, nos
saca las dudas: su canto es tributario de los escritos del “Negro” Zuhair Jury.
Y recomienda leer “El glorioso velorio de la Juana Pájaro”. Y allá vamos, para
“visitar el alma mía”.
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