Hace menos de mes, más precisamente el 23 de junio,
el Pro hizo una de sus habituales puestas en escena, con globos y vecinos (en
su dialéctica, los dos términos son intercambiables), la cúpula a pleno, y un
cartel amarillo que rezaba: “Subtrenmetrocleta”. Los idiomas permiten, aún sin
llegar a los arrabales del lunfardo, algunas licencias que resultan eficaces a
la hora de comunicar una idea o dar a conocer un proyecto. Para no comparar bufandas
con sungas, podríamos mencionar “Tecnópolis”, o la “TDA” que si bien nos exige
desglosar sus siglas, nos mantiene dentro de un universo que nos es conocido:
casi ninguno de nosotros puede poner en órbita un satélite, pero todos sabemos
más o menos para qué sirve. Todo lo contrario del Subtrenmetrocleta, del que
nadie puede siquiera imaginar su utilidad, y todos sospechamos que es como un
extraterrestre: alguien a quien jamás veremos.
En esa ocasión, afirmamos que el S Decía Buenaventura Luna que él creía, hondamente, en “la
superioridad de la palabra”: “Si no fuera por la palabra, el hombre no hubiera
experimentado jamás la necesidad de pensar (…) Sólo la palabra es capaz de dar
a la inteligencia y a los sentidos la exacta dimensión satisfactoria de todos
los valores del espíritu”. Si en este presente álgido, sentimos “la necesidad
de pensar” es porque la palabra se ha instalado en el centro de la escena
política.
Así las cosas, quienes se han dedicado a denostar el
supuesto “relato oficial”, es porque tienen serios problemas para mostrar obras
que satisfagan las más elementales necesidades materiales y espirituales del
pueblo. Y esto hay que remarcarlo. Porque han tenido las mismas oportunidades
que todos, incluyendo presupuestos varias veces millonarios y pantallas en
estado de receptividad amigable para sus voces y discursos. Pero en vez de usar
la palabra para darle “a la inteligencia y a los sentidos la exacta dimensión
satisfactoria de todos los valores del espíritu”, la han denigrado diciendo:
“¿Tajaí, subtrenmetrocleta?” Todo invertido: el afiche sobre las ideas, la
imagen y no la palabra, un marketing sin realidad. Y, ladrones como son, vienen
a robarnos el único lenguaje verdadero: el de la justicia social con inclusión
e igualdad. Digámosles: “Salí, paspau!!! Tomatelás en tu subtrenmetrocleta!!!”
Por Carlos Semorile.
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