martes, 21 de julio de 2015

Una y otra vez, "la superioridad de la palabra"



Hace menos de mes, más precisamente el 23 de junio, el Pro hizo una de sus habituales puestas en escena, con globos y vecinos (en su dialéctica, los dos términos son intercambiables), la cúpula a pleno, y un cartel amarillo que rezaba: “Subtrenmetrocleta”. Los idiomas permiten, aún sin llegar a los arrabales del lunfardo, algunas licencias que resultan eficaces a la hora de comunicar una idea o dar a conocer un proyecto. Para no comparar bufandas con sungas, podríamos mencionar “Tecnópolis”, o la “TDA” que si bien nos exige desglosar sus siglas, nos mantiene dentro de un universo que nos es conocido: casi ninguno de nosotros puede poner en órbita un satélite, pero todos sabemos más o menos para qué sirve. Todo lo contrario del Subtrenmetrocleta, del que nadie puede siquiera imaginar su utilidad, y todos sospechamos que es como un extraterrestre: alguien a quien jamás veremos.

En esa ocasión, afirmamos que el Subtrenmetrocleta iba a convertirse en el "Tajaí” del Pro: el comienzo de su final, del mismo modo que el ya famoso spot de Massa hablándoles a los provincianos lo había abismado en una ciénaga preverbal. O, para usar la feliz expresión del compañero Jorge Ruiz de Larrea, en el intríngulis comunicacional de “los indigentes lexicales”. Y aquí convendría detenernos para ver de qué manera la pobreza del lenguaje anticipa todas las demás miserias. Decía Buenaventura Luna que él creía, hondamente, en “la superioridad de la palabra”: “Si no fuera por la palabra, el hombre no hubiera experimentado jamás la necesidad de pensar (…) Sólo la palabra es capaz de dar a la inteligencia y a los sentidos la exacta dimensión satisfactoria de todos los valores del espíritu”. Si en este presente álgido, sentimos “la necesidad de pensar” es porque la palabra se ha instalado en el centro de la escena política.

Así las cosas, quienes se han dedicado a denostar el supuesto “relato oficial”, es porque tienen serios problemas para mostrar obras que satisfagan las más elementales necesidades materiales y espirituales del pueblo. Y esto hay que remarcarlo. Porque han tenido las mismas oportunidades que todos, incluyendo presupuestos varias veces millonarios y pantallas en estado de receptividad amigable para sus voces y discursos. Pero en vez de usar la palabra para darle “a la inteligencia y a los sentidos la exacta dimensión satisfactoria de todos los valores del espíritu”, la han denigrado diciendo: “¿Tajaí, subtrenmetrocleta?” Todo invertido: el afiche sobre las ideas, la imagen y no la palabra, un marketing sin realidad. Y, ladrones como son, vienen a robarnos el único lenguaje verdadero: el de la justicia social con inclusión e igualdad. Digámosles: “Salí, paspau!!! Tomatelás en tu subtrenmetrocleta!!!”

Por Carlos Semorile.

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