En febrero de 2012, el célebre músico griego Mikis
Theodorakis decía en una manifestación contra la Troika: “Existe una
conspiración internacional cuyo objetivo es darle a mi país el golpe de gracia.
El asalto se inició en 1975 contra la cultura griega moderna; luego continuó
con la descomposición de nuestra historia reciente y nuestra identidad nacional
y, ahora, trata de exterminarnos físicamente con el desempleo, el hambre y la
miseria. Si los griegos no se sublevan para detenerlos, el riesgo de extinción
de Grecia es real”. Si se lee con atención el fragmento, salta a la vista que Theodorakis
pone en un mismo plano los componentes espirituales y materiales de la
comunidad griega (pero jerarquizando la raíz cultural de una nación): sólo
desmembrados los primeros, se hizo posible que la Troika avanzara sobre los
segundos. Hasta ayer, los griegos estaban condenados al abatimiento espiritual
y la pobreza material.
Por eso mismo, es muy emocionante asistir -aunque sea
a la distancia- al épico triunfo de Syriza. Superando la postración y el miedo,
el pueblo griego ha ungido a Alexis Tsipras para que bajo su conducción sea
posible recobrar la humana esperanza en el porvenir. Desde aquí, se hace muy
difícil saber si este renacimiento tuvo antecedentes culturales que anticiparan
la recuperación de la dignidad perdida durante la noche neoliberal. Lo que
parece evidente es que, al igual que en los procesos latinoamericanos en los
que Syriza busca espejarse de modo virtuoso, los griegos también han rescatado
la política como suprema herramienta de transformación. Tienen galones para
hacerlo: ellos inventaron algunas de sus formas más perdurables. Pero no son
necios y admiran nuestra experiencia de formidables reparaciones sociales.
El fantasma kirchnerista recorre el sur de la vieja Europa. Salud y coraje,
hermanos griegos!
Por Carlos Semorile.
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