miércoles, 1 de septiembre de 2010

El Monumento

Infatigable en su caída, la diputada Carrió acaba de prometernos la construcción de un monumento a Héctor Magnetto para cuando termine “la dictadura kirchnerista”. La voracidad con la que habla, los términos altisonantes que elige cuando se entrega auto-referencialmente al magma de sus pesadillas, nos llevan a imaginarla erigiendo con sus propias manos la esfinge del CEO clarinista. El patetismo de una escena tal -doña Elisa paleando la mezcla en plena Diagonal Norte, mientras Patricia Bulrrich le alcanza la cuchara, le seca el sudor y le acomoda el cabello bajo el casco amarillo- no es sustantivamente menor al de su propio discurso arrebatado y, sobre todo, “aberretado”. Con excepción del pseudo-periodismo y del ruralismo golpista, nadie como ella ha degradado tanto la palabra pública haciendo añicos, de paso, los restos del prestigio de su pasada oratoria parlamentaria. Sería interesante rastrear aquellas exposiciones suyas para pesquisar qué relación guardan con la catarata de descalificaciones y agravios que hoy caracterizan sus esperpénticos resuellos. Tal vez no haga falta ir tan lejos (además, ¿quién asumiría con agrado semejante tarea cuando el personaje le aporta tan poco al presente?) para saber que entre el “denuncismo” -sin construcción política por detrás- y la “figuración permanente” hay un vínculo macizo, funcional -por otra parte- a los intereses más concentrados (como demuestra asimismo el penoso caso de Solanas, angustiado ahora por Fibertel). Sucede que esas denuncias se detienen -nada menos- frente al “Muro” que, según asegura “La Doctora”, representa el “contrapoder” de Clarín, uno de los dos diarios que “son la Argentina” misma. Este aquelarre disparatado, donde confluyen conceptos del más rancio conservadurismo (como hablar de identidades petrificadas que han sido, son y serán la Patria) junto con conceptos “apropiados” del bagaje de las resistencias al Poder, debería haber recibido un sosegado parate. Cuando menos una repregunta. Pero no: en vez de ello, a Lilita se le permite seguir vociferando y asegurar que los K “son fascistas”, y no importa un pito que hayamos vivido un verdadero exterminio a manos de los socios del dilatado “Muro” que nos impide ver cualquier cosa que no sea virtual. En realidad, pienso, nos está haciendo falta un muy buen dramaturgo que, basándose en materiales que se presentan casi en estado puro, logre dar con los arquetipos del “periodista mudo” y de la “política desquiciada”. Quien lo hiciere (seguramente bajo nombres más adecuados que estos que aquí escribo), se aseguraría para sí el recuerdo de las generaciones por venir, así como la historia mantiene inescindibles al Avaro y a Molière. Pero esa es harina de otro costal. La obra, que es lo que interesa, dejaría de representarse en los sets televisivos y pasaría a las plazas y a los paseos públicos. ¿Quién podría no reconocer el tema? ¿Quién no dejaría una moneda a los pies de una republicana pobre y en los sombreros de unos periodistas sin monopolios que los contengan? Los monumentos, para concluir con la chanza, son también una forma de la representación, y en la Argentina se viene dando una seria discusión sobre los merecimientos que tienen determinadas figuras para ocupar los sitiales que, inconsultamente, les fueron otorgados. Los festejos del Bicentenario profundizaron, masivamente, estos debates al proponer ciertas escenas de nuestro pasado en común. Por eso, cuando Carrió postula la muy improbable estatua a Magnetto la edifica, lo sepa o no, sobre bloques y pilares de una ignorancia tan enorme que resulta difícil de mensurar.
Por Carlos Semorile.

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