miércoles, 15 de septiembre de 2010

Los escribas del "Enola Gay"

“Dios nos libre de la gracia que dilapidaríamos con los intermediarios y los beneficiarios publicísticos, con los escribientes que pusieron las cosas negros sobre rojo cuando la humanidad fue crucificada. ¡Pluma a pluma, canalla a canalla, han de limpiar el baño de sangre que nos prepararon y que tanto nos alabaron!” En esta gran época, Karl Krauss.

Un eco de la transversalidad que en los inicios de su mandato imaginara Néstor Kirchner, se refleja cada día en el programa 6-7-8. Salvo necios y ególatras, el resto del amplio arco “nac & pop” se da cita allí a escuchar y ser escuchados, a debatir ideas e inquietudes, y a compartir no pocos asombros. Dirigentes políticos y sociales, y cada vez más voces del ámbito artístico-cultural, se suman a los periodistas del ciclo para proceder a un “análisis crítico de los medios” o, para ser más justos con lo que en verdad sucede en ese “estudio” (nunca mejor aplicado el término), para realizar un ejemplar examen del devenir histórico del periodismo argentino en su conjunto. Así, va quedando al descubierto un “tiempo de canallas”, un largo período de ruindades y bajezas que se sostienen -ahora, a duras penas- sobre un fango de infamias y falsías. De la canalla forman parte el elenco estable de los miserables de siempre (esos tipos que han sido, son y serán el sostén ideológico del verdadero poder de “la Argentina blanca y rubia”), más un puñado de conversos que, pese a no ser ni grandes pensadores ni grandes luchadores, conservan todavía una pátina de ese “prestigio culturoso” que se genera y se recrea desde el “medallero” del sistema. Hasta aquí, no hay nada nuevo; hasta podría decirse que toda época tiene asegurado su contingente de turros convencidos y de turros advenedizos, a los que siempre espera un micrófono amigo cuando cruzan de vereda. Pero “en esta gran época” (parafraseando a Krauss) aparece una cuestión sobre la que, desde el citado programa, Orlando Barone y Sandra Russo ponen especial énfasis: esto es, las condiciones de “cautiverio” bajo las que desarrollan sus tareas una buena cantidad de periodistas -jóvenes y no tanto- que trabajan en la extendida red del monopolio. El señalamiento es muy pertinente porque apunta hacia lo realmente crucial de este vínculo laboral: si los empleados de Clarín, TN y afines no son libres de mostrar, hablar o escribir sobre una buena parte de la realidad, ¿qué implica ésto respecto de sus conciencias? Dicho de otra manera: ¿saben, intuyen o desconocen el lugar que ocupan cuando se victimizan? ¿Les han birlado o han resignado voluntariamente la capacidad de hacer un escrutinio sobre sus propios actos? Si antes estas enormes preguntas surgiera una posible respuesta disculpatoria -por, supongamos, la presión a la que están sometidos estos comunicadores-, tropezaría de inmediato con esa porción de la realidad que el oligopolio esconde o minimiza; a saber: en buena parte del territorio nacional se desarrollan juicios en los que los testigos, pese a haber padecido cautiverios de un salvajismo inusitado, demuestran que ni aún así renunciaron a la conciencia de analizar y saber acerca de esa experiencia de extremo infortunio. No: muchos de estos periodistas que hoy escriben, hablan o muestran lo que se decide en las tinieblas de la corporación mediática, se asemejan muchísimo más a los entusiastas muchachos que escribieron “Enola Gay” antes de Hiroshima. Todos los días descargan sobre el pueblo argentino cantidades industriales de mentiras para provocar abatimiento, desgano y cinismo. Lo harían hasta gratis. Y están bien lejos de pensar: “Dios mío. Qué hemos hecho”.
Por Carlos Semorile.

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