lunes, 31 de marzo de 2014

Del aullido al lenguaje



Luego de preguntarle públicamente a Cristina por su accionar respecto a los derechos humanos, resulta curioso no ver ningún afiche de la UCR repudiando el atroz linchamiento de un joven en Rosario. Lo diré de un modo más ajustado a la realidad: ¿resulta curioso no ver ningún afiche de la UCR –ni de nadie de la oposición- repudiando el atroz linchamiento de un joven rosarino? Pues no, no esperamos un cartel ni apenas un comunicado de circunstancias de quienes aún no dijeron ni mú sobre las decenas de muertos con las que se despidieron de su último paso por el desgobierno. Sí, esa misma parodia de república que dejó al país entre la disolución y la nada.

El desquicio del estado nacional afectaba a toda la comunidad argentina que se veía desorganizada, desmembrada, desarticulada, en fin, hecha pedazos, y que terminó emitiendo aullidos de desesperación que expresaban tanto su hartazgo como el dolor de un cuerpo social astillado y roto. Los desgarradores gritos de aquellas jornadas finales del festín neoliberal eran no sólo la puteadora respuesta a las balas asesinas, sino el síntoma de una sociedad que había perdido su fe en la palabra. No hay que ser Funes el memorioso para recordar el hastío que producían los “discursos” políticos. Semejante divorcio entre la realidad y los hechos era una herencia directa de la Dictadura (cuyos cimientos fueron una sarta de mentiras que terminaron de desmoronarse tras el “vamos ganando” de Malvinas), pero ello no absuelve de culpas a la “democracia tutelada” que no supo, no pudo, y muchas veces no quiso salvar el abismo entre los verbos y los hechos. No es casualidad que el postrero presidente electo de ese ciclo haya sido apenas –y siempre que el viento soplase a favor- un torpe balbuceante de menesterosos escritos ajenos. Quienes lo sucedieron en el cargo también hicieron un uso vicario de la arenga pública: uno de ellos haciendo el “como si” de la independencia económica en plena Asamblea Legislativa, y otro de los “ungidos” retrocediendo ominosamente al alegato represivo, y dando rienda suelta al salvaje crimen de dos jóvenes militantes sociales.

De aquel estado de barbarie (y de aquella barbarie para-estatal) salimos finalmente gracias a las políticas reparadoras de los gobiernos kirchneristas. Se atendieron en primer lugar las demandas más urgentes, y al mismo tiempo dejó de reprimirse la protesta social. Pasarán los años y no faltarán los cientistas sociales que analicen este período de la historia y digan, por ejemplo, que los Kirchner inauguraron un orden social acotado dentro de los límites del sistema, etcétera, etcétera y etcétera. Pero lo cierto es que Néstor y Cristina vinieron a terminar con casi cincuenta años de indiferencia política y social, cifra que inclusive se queda corta pues algunas comarcas del país argentino llevaban cien o más años dejadas a su suerte. Si tan sólo hubiesen realizado la formidable obra de rearticular los fragmentos dispersos de unas provincias en vías de atomización, el mérito seguiría siendo inmenso. Pero además de ello, volvieron a articular el entramado social a partir del trabajo, la inclusión y la integración de los individuos a un mundo desconocido para tantos: el del derecho ciudadano en permanente estado de expansión de sus garantías. Y, como si fuera poco, la dignidad resultante de tales políticas se vio reforzada por la revalorización de la palabra pública que, ahora sí, volvía por sus fueros. Después de muchas décadas, los argentinos volvimos a tener un lenguaje político que nos expresa y que nos permite debatir, tan apasionadamente como nos venga en gana, todos y cada uno de los temas que hacen a nuestra vida comunitaria.

La lengua kirchnerista, permítanme darle ese nombre, es el plus de este Peronismo del Siglo XXI. El lenguaje de nuestra conductora política es el gran articulador de toda esa Argentina que mayormente desconocemos -porque fuimos entrenados en esa ignorancia de pavotes y palurdos-, y es el que logra la convergencia de voces que vienen de historias y miradas diversas. ¿No fue de este mismo modo que emergió el primer peronismo, aunando los hechos con las palabras de Juan y Eva? ¿No vuelven los jóvenes a juntarse en las plazas? ¿No vuelven, alegres, las multitudes a cantar? (Los folkloristas y afines deberían prestarle más atención al fenómeno, so peligro de seguir confundiendo tradición con conservadurismo).

Mientras tanto, la oposición ensaya lances peligrosos. Porque si al menos valoraran los innegables logros de esta etapa, acaso podrían argumentar y no meramente impugnar liviana e irresponsablemente. Pero mucho  me temo que no alcanzan a distinguir una Nación de una democracia neoliberal, y están condenados al estadío preverbal que les impide ejercer los actos de la lengua, la escritura y el pensamiento. ¿Suena a demasía? No se crea: el diputado Massa acaba de justificar los linchamientos pero, como dice el poeta, “las palabras son huecas cuando los gestos que le dan sentido pertenecen al pasado”. Por la boca de Massa habla el viejo Sarmiento, el que llamaba a no “economizar sangre de gauchos” porque la civilización ajena le resultaba más atractiva que la barbarie nativa.

Sépase, sin embargo, que hubo otro sanjuanino que subvirtió el lema sarmiento y dijo que “Una forma de civilización puede derrumbarse y se derrumba; pero la cultura no”. Con esto, Buenaventura Luna quería decir que el verdadero dilema es entre la barbarie de los oligarcas y la cultura del pueblo criollo. Y nosotros los peronistas debemos seguir pensando, escribiendo y prefigurando la historia cultural argentina para que nunca más un puñado de idiotas nos retrotraiga al estado de primitivas hordas asesinas.

Por Carlos Semorile.

lunes, 3 de marzo de 2014

Vivir en el corazón de la palabra



“Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra; compartir este calor, esta fatalidad que quieta no sirve y se corrompe.” (Paco Urondo, La pura verdad).

La Presidenta inaugura el año legislativo, realiza el balance de lo hecho y formula la agenda de lo por venir. Planteado así, no pasa de un acto administrativo y hasta cierto punto rutinario. Pero sucede otra cosa mientras ella hace su discurso, y eso que acontece sigue pasando una vez que concluye su alocución. Porque cada vez que Cristina habla el país se ensancha. ¿Cómo es posible tal cosa?

Para empezar, se ensancha la comprensión que tenemos del país, al que estamos acostumbrados a mirar en términos sectoriales. Cada quien tiene un prisma y es lógico que su visión quede acotada a un determinado fragmento del conjunto. Pero los discursos de la Presidenta tienen la virtud de ir integrando todas y cada una de las piezas que componen una nación. Más precisamente ésta en la que nacimos y vivimos, es decir la Argentina entendida como una Nación y no como un segmentado despelote de intereses en conflicto. Usted me dirá que nadie como Cristina para sacar a la luz y azuzar los conflictos, pero fíjese de qué lado queda parado usted en cada una de esas disputas. Sí, mi amigo, usted queda instalado en la misma vereda ancha que ya ocupan millones de sus compatriotas, mientras que enfrente… Bueno, enfrente están los que tuvieron toda la vida para decirle que formaba parte de algo más grande que usted mismo, y no se lo dijeron ni se lo iban a decir nunca para mantenerlo así, solari y descreído como una criatura extraviada en la jungla. De modo que, si me sigue, aquí tenemos otro de los acrecentamientos que provocan las alocuciones de la Presidenta: el destino ya no es una suerte maula que lo persigue con saña noche y día, sino que nos jugamos todos en el destino colectivo de la Patria.  

Esto nos lleva a una tercera etapa porque, luego de haber comprendido y luego de verse acompañado -y no amenazado- por los otros, lo más probable es que se le dilaten las emociones. A esta altura, cientos de miles de fotos y videos testimonian con creces que las arengas de Cristina tienen (como diría el amigo Fontova) un efecto vasodilatador en sus oyentes: la gente sonríe, ríe abiertamente, estalla en carcajadas, se le pianta un lagrimón o llora a lágrima viva, se abraza, salta, se vuelve a abrazar, y tiene muchas pero muchas ganas de cantar. ¿Usted ha visto que pase algo semejante cuando quienes hablan son los periodistas o los políticos que trabajan de “opositores perpetuos”? Claro que nada de eso sucede porque ellos son artífices de la vasoconstricción: aspectos circunspectos, rostros surcados por rictus de gravosa y amenazante intensidad, la amargura como punto de largada y, peor aún, como meta de llegada. Son lo contrario de la integración y la ampliación: son el arquetipo de lo fragmentario, del fatalismo de un cinismo despiadado y cruel que abismó al país casi hasta su disolución. Y son, a la vez, una suerte de estadío preverbal, incapaces de hacer frente a una mujer que también a ellos los deja mudos de admiración, y enfermos de una envidia que más parece un odio sordo y cerril.

La pura verdad (volviendo al poema de Urondo), es que así están las cosas: hay un país que escucha a la Presidenta y se reconoce en sus discursos porque, por sobre todas las otras consideraciones que puedan y deban hacerse, sólo Cristina logra vivir en el corazón de la palabra. Cada quien es libre de decidir cuál es esa palabra en cuyo corazón palpita el decir presidencial: Pueblo, Patria, Nación, los jóvenes, la Argentina, los trabajadores, las mujeres, los compañeros, la Historia, etc. Para mí son todas estas y muchas más porque, en verdad, lo que Cristina articula es un lenguaje que da cuenta del estado material y espiritual de la Argentina, de su devenir de colonia en Patria, de la larga marcha de los argentinos y argentinas, de las gestas de Mayo y las de la Independencia, de la Juana Azurduy, de Facundo, del Chacho, de Juan Manuel, de Don Hipólito, de los hombres del Pensamiento Nacional, de Juan y Eva, de los resistentes, de los desaparecidos, de las Madres y Abuelas, del pueblo argentino en su conjunto y de su exquisita cultura que lo hace merecedor de ser dueño de todo lo que existe sobre este suelo y bajo este cielo que amamos. Por todo ello, cuando Cristina habla, llegamos a “compartir este calor, esta fatalidad que quieta no sirve y se corrompe”, y nos comprometemos a expandir ese lenguaje del amor y la fraternidad para que todos y todas puedan sentirse al amparo de una bella palabra con límpidas sonoridades de plata: Argentina.

Por Carlos Semorile.

viernes, 31 de enero de 2014

De la fraternidad al fratricidio



La infernal movida especulativa de las últimas semanas pretende, desestabilización mediante, retrotraer a la Argentina en su conjunto a épocas ya superadas. No se trata de un gobierno, ni de una determinada facción política: se trata de usted, de sus parientes, sus amigos, conocidos y vecinos. Se trata de la gente con la que se cruza todos los días en el bondi, en el tren o en el subte; de los fulanos y fulanas con los que comercia o negocia, aquellos que atiende o es atendido por ellos y que, como usted, están siendo bombardeados para hacerles creer que mañana a más tardar se va todo al mismísimo carajo y, entonces, “sálvese quien pueda”.

Semejante “meloneo” hace base en hechos que efectivamente sucedieron en el país no hace tantos años. En la memoria colectiva siguen muy presentes los penosos sucesos de 2001, y esta campaña destituyente se vale de esos recuerdos pero no para impugnar aquel descalabro neoliberal, sino para instaurar en el imaginario popular el miedo a su repetición. Dicho de otro modo: si el gobierno nos lleva hacia allí nuevamente, es mejor que dé un paso al costado y “los que saben” se ocupen de apaciguar, estabilizar y ordenar el tembladeral en el que supuestamente andamos metidos.

No tome a mal lo que le voy a decir, pero lo están llevando de las pestañas hacia su propia ruina, que será también la de sus seres queridos, sus vecinos, conocidos y demás relaciones que cultiva. Porque si estos agoreros del averno llegasen a tumbar este modelo de inclusión social, olvídese de la “seguridad” de la que tanto le han hablado. Le digo más: si “los que saben” agarrasen la manija de nuevo –porque usted se acuerda que ya nos fundieron, no?-, el plasma, el aire acondicionado, y la motito o el autito se los va a terminar metiendo en el traste, en el upite, e inclusive en el culo.

La historia tiene muchas vueltas, pero no demasiadas lecturas. Y si usted de verdad recuerda que estuvimos al borde de la disgregación y que la fractura social era más ancha que los ríos bíblicos, no puede dejar de reconocer que el proceso abierto en 2003 suturó esa inmensa grieta e inauguró un tiempo de fraternidad social que necesita consolidarse y persistir en el tiempo para que en nuestras comunidades se sigan reparando los efectos devastadores del “mercado”. Hágame caso: los que le rompen los cocos todo el día con el “fin de ciclo”, lo quieren desmoralizar y hacer de usted un descreído. Y cuando lo consigan y usted sea un hombre abatido de antemano, verá -como en el tango- el fatídico regreso de aquellas “caras extrañas” que conocemos bien. Llegarán para imponer la ley del más fuerte –que, justamente, no somos ni usted ni yo, así por separado-, y para hacernos desbarrancar, una vez más, desde esta incipiente hermandad hacia las formas más crueles y dolorosas del fratricidio social.

Por Carlos Semorile.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Los asuntos mínimos de la Capital



Pese a entrevistarlo cotidianamente, ninguno de los periodistas de “Mañana más” ha visto personalmente a Juan Martín García del Pilar-Pilar. Sucede que el Subsecretario de Asuntos Mínimos de la Ciudad gestiona y publicita los actos de gobierno desde un helicóptero incesante, en vuelo hacia ninguna parte. El ruido de las hélices vuelve dificultosa la conversación, lo mismo que la festichola de sus correligionarios arman en el fondo de la nave, pero a Juan Martín ambas cosas lo tienen sin cuidado. Claro: es imperioso que nada se entienda cabalmente, que todo quede en una nebulosa donde lo dicho se sostiene apenas como contingente, hasta que la próxima desmentida barrene a los anteriores comunicados oficiales. Y no se piense que la contradicción demora en llegar, pues en una misma frase Del Pilar-Pilar es capaz de afirmar y negar, de sostener y dejar caer, de dar sustento y quitarlo, y todo con la misma liviandad de funcionario en tránsito.

De allí se deriva algo que es, por lo menos, misterioso y que, caramba!, permanece insoluble. Y es que la verba de García del Pilar-Pilar es rica en sugestiones, y no necesita más que prometer sin cumplir, sugerir sin mostrar, postergar sin concretar. Sí interesa, en cambio, el tono festivo con que Juan Martín hace los anuncios o, por caso, justifica las ausencias, los dichos o las sucesivas torpezas del Jefe de Gobierno de la Ciudad. Acaso su único talento consista en hacernos creer que empezó el recreo largo y que lo podemos estirar hasta el paroxismo. Ha de ser por ello que lo han escogido como relacionista público de un espacio político que se presenta como un “tercer tiempo” perpetuo, una copeteada entre muchachotes toscos que, en el fondo, son buenas gentes. Porque, en definitiva, de eso se trata su laburo: de disculpar la rudeza de quienes dicen venir con buenas intenciones. Las acciones del PRO son zafias, groseras, rústicas, pero el Subsecretario es un prestidigitador que convierte desalojos y ajustes, inundaciones y derrumbes, golpizas y tarifazos, en “asuntos mínimos”. No es casual que repita como un mantra la palabra “verdura”, a sabiendas de que lo que dice es, justamente, “cualquier verdura”.

Tampoco es fortuito su desapego del territorio, su aleteo florido y carcajeante por encima de una metrópoli al borde del colapso. Si la topadora terminó graficando la gestión de Cacciatore y la Dictadura, el helicóptero de Juan Martín grafica cabalmente el paso del Niño Mauricio como alcalde de Buenos Aires. Lo rodea el aire, lo mece una suave brisa, y nada de lo que sea leve y etéreo le es ajeno. Lo que en Magallanes es pesado y vociferante, en García del Pilar-Pilar tiene la espesura de unas burbujitas efímeras, y por eso cuando Magallanes engrana, se le va el prestigio por la canaleta de la estirpe y el linaje. El Subsecretario, por el contrario, jamás se chiva. El enojo, la irritación y la cólera, son palabras desterradas de su diccionario. Nada lo perturba, ninguna ofuscación –ajena, claro- lo saca de eje. Uno tiene derecho a sospechar que esta pose es tan falsa como la reiteración de su doble apellido. Juan García, a secas, es un impostor que ingresó en la política inflando globos para el “tea party” de estos salames con iniciativa. Y puede, incluso, que uno lo demuestre. Poco importa. Desde el aire se escucha una vocecita risueña que repite, y repite, y repite cualquier verdura.

Por Carlos Semorile.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Cristina, La Patria en estado de Esperanza



Anoche nos volvió el alma al cuerpo. No es que en su ausencia se haya descalabrado nada; muy por el contrario: todo anduvo como un relojito. Pero sucede que no somos suizos y para nosotros, como suele decir el Tata Cedrón, “estar en el mundo es estar emocionados”. De modo que nos andaba faltando esa vibración de verla y escucharla para saber que estamos en el emocionado mundo colectivo donde todos somos el Otro. Porque el Kirchnerismo ha sido, es y seguirá siendo las realizaciones que forjan una Nación que recupera sus mejores tradiciones comunitarias. Como quien dice lo Justo, lo Libre y lo Soberano. Todo ello (que aquí se dice fácil, pero es sumamente complejo) se resume en su figura, en su historia militante y, sobre todo, en su palabra. Y entonces la Presidenta balconea en la Rosada, y una compañera recuerda el credo scalabriniano que reza: “Creer: he allí toda la magia de la vida”. Y ése es el punto. Para los que tenemos la fortuna de creer, Cristina es la Patria en estado de Esperanza.

Por Carlos Semorile.

jueves, 7 de noviembre de 2013

¿Qué clase de gorila es Magallanes?



“El Régimen!!!”, brama una voz estentórea cuya furia tremebunda pone a temblar los cimientos de Radio Nacional. El latiguillo sale de la crispada garganta de Magallanes, y pretende catalogar al gobierno kirchnerista dentro de un conjunto de regímenes populistas, abusivos, totalitarios. Es una denuncia y, a la vez, un grito de guerra que recoge y hace suya la pavura de “El matadero”, retoma la extrañeza frente al indócil “Facundo”, y se horroriza ante la presunta reedición de “La fiesta del monstruo”. Lo notable de este aquelarre de barbarismos es que Magallanes, ni en sus mejores días, sería capaz de acertar con los autores de estas ficciones que para él pasan por realidades. Su ignorancia –que es vastísima- no lo arredra en lo más mínimo, ni tampoco los datos, que suelen contradecirlo casi con saña. Pero, a todo esto, ¿quién es Magallanes?

En principio es una voz sin rostro que, por error o por destino, fue a parar al programa y al dial equivocado. Sus compañeros de “Mañana más” no parecen saber de Magallanes más de lo poco que sabemos sus oyentes: que ya no es un pibe, que vive con “Madre”, y que su empleada doméstica se llama Zulma. Ningún colega parece habérselo cruzado jamás en ninguna redacción pero lentamente, a fuerza de epítetos y agravios, ha llegado a posicionarse bastante bien como para aspirar al trono de “periodista independiente”. No ha investigado nada en su vida, y es poco probable que haya escrito otra cosa que una tarjeta postal enviada desde La Barra o José Ignacio. Repite los titulares de Clarín con el mismo candor que lo subyugan los zócalos de TN, pero deja en claro que por tradición y estirpe lo suyo es más tirando a “Nación”.

Claro, lo plebeyo –aunque sea opositor- le provoca un regusto amargo, y en cambio se relame con todo aquello que porte el aura de cierto prestigio. Es más: su boca se engolosina y hasta se empalaga si dice palabras como “moralessolá”, “nelsoncastro”, o “sociedadinteramericanadeprensa” (sí, todas juntas, porque habla con la papa en la boca). Por otra parte, es manifiestamente incapaz de pronunciar correctamente los nombres de quienes hacen y apoyan este y otros proyectos nacional-populares, así como tampoco acierta a enunciar correctamente conceptos fundamentales de los mismos, como quien dice equidad, justicia, o solidaridad. Podría decirse que, en estos casos, su elitismo atraviesa una fase oral que de inmediato lo lleva de la náusea a la repulsión. Para decirlo de una vez: es un gorila en estado puro; es decir: un ser atravesado de cabo a rabo exclusiva y únicamente por una bola bien grande y bien peluda de prejuicios.

De tal suerte, Magallanes es un hombre en estado de exabrupto. Con cierta frecuencia se le ha escuchado festejar las derrotas del gobierno (y aún las del Estado Nacional), confesando que se “cacerolea encima”, e inclusive que se “gorilea encima”. Y no le exijan mayores reflexiones porque, en el fragor de su odio de clases, empieza a gritar como un energúmeno y no escucha nada que no sea su propio discurso. Palabras que hasta él sabe que no son suyas. ¿Cuántas veces no ha dicho “no pongan en mi boca las cosas que escribe Clarín”?

Cuando no “se saca”, Magallanes aparenta ser el socio más atildado y british de un muy exclusivo club de tenis o de golf. Pero la amabilidad de los diálogos que por momentos entabla con Galende, Brienza, Veiras, Ulanosky, Ojitos de Miel, y otros columnistas de la audición, se va literalmente al carajo cuando las medidas distributivas del “régimen” acaban por desnudar su verdadera naturaleza, y se revela su índole criminal. En tales situaciones, termina pidiendo que “la embajada” tome cartas en el asunto. En nuestros asuntos.

Como ya dijimos, resulta difícil pensar en alguien menos preparado, menos reflexivo, y a la vez más ignorante y necio que Magallanes. Pero pregunto si este retrato suyo no les ha hecho recordar a alguien, cercano o no, que seguramente tiene muchos de sus rasgos, por no decir casi todos. En cierta manera, Magallanes es el arquetipo mismo del Gorila, el “non plus ultra” del Gorila. Y en algún sentido, no buscado ni deseado por él, Magallanes es también una creación del Kirchnerismo. Magallanes es, parafraseando a Cooke, “el hecho maldito del país K”.

Por Carlos Semorile.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Es tiempo de canallas



Dicen que una cosa lleva a la otra. Y ha de ser así nomás, si considero que el cine negro me llevó a las novelas de Dashiell Hammett, y éstas a conocer a quien fuera su compañera, la dramaturga y escritora Lillian Hellman. En principio, me fascinó su relato sobre los meses finales de Hammett, que ella acompañó respetando su silencio en torno a la enfermedad que lo consumía, porque comprendió que ésa era la única manera en que él podía seguir adelante: “¿Quieres que hablemos?” “No. Mi única oportunidad es no hablar de eso”. Y agregaba Hellman: “En aquellos meses de sufrimiento, su paciencia, su coraje y su dignidad fueron enormes. Como si todo lo que integra la vida de un hombre se hubiera puesto a prueba al mismo tiempo: el sufrimiento era un asunto propio que no admitía intrusos”.

Más adelante, me zambullí en su descarnado relato sobre el papel que jugaron muchos de sus ex compañeros de ruta durante la persecución del Comité de Actividades Antinorteamericanas del senador McCarthy, en pleno auge de la Guerra Fría. Allí, Hellman vuelve a levantar la ética de ciertas actitudes que hacen a la dignidad humana. Mientras muchos defeccionan, y otros tantos claudican, los empleados de la casa que comparte con Hammett le envían a éste un telegrama de ¡felicitaciones! al presidio donde el escritor ha sido encarcelado. Hellman es conciente de que “estas buenas gentes habían hecho por Hammett mucho más que la mayoría de sus mejores amigos (incluyendo los muchos que le debían sumas de dinero)”. Ante tamaña muestra de solidaridad, Hellman no sabe cómo proceder pero una de las empleadas se le adelanta y le dice: “Somos irlandeses, señoritas. Para nosotros, la cárcel no es nada”.

Este gesto contrasta con el de algunos “intelectuales” que, ante la sola citación del “Comité”, comienzan a recordar pretéritas reuniones, rostros y nombres del pasado sin necesidad de que nadie los presione seriamente. Ellos creen que se salvan, pero Hellman los escrachará para siempre al escribir: “En circunstancias especiales, bajo tortura, es natural que la gente pierda el temple y confiese. Recuerdo que Louis Aragon me contó una anécdota, que Camus me repitió en la única ocasión en que lo vi. Durante la guerra, a los miembros de la Resistencia se les ordenaba resistir la tortura física todo lo que pudieran para dar a sus compañeros la oportunidad de escapar. Pero nunca se les exigía aguantar hasta dejarse matar: ni siquiera hasta quedar lisiados. En circunstancias semejantes, confesar es lo único que puede hacerse. Eso tiene sentido. Pero las circunstancias presentes son muy distintas, aquí no se ha torturado a nadie, y no me convence esa nueva teoría de que la tortura psicológica equivale a brazos rotos o a lenguas quemadas”.

Como consecuencia de la histeria anticomunista, Hellman y Hammett pasaron muchas privaciones pero nunca se victimizaron: sabían que otra gente la estaba pasando mucho peor que ellos. En sus conclusiones sobre el período macartista, Hellman se reprocha a sí misma por haber dado demasiado crédito a los escritos de los intelectuales, palabras que no dejaban suponer sus posteriores delaciones. Pero también les reprocha duramente a quienes finalmente repudiaron el macartismo sólo por sus métodos, y no por la naturaleza inmoral de sus actos. Todo ello en su conjunto configuró un “Tiempo de canallas”, sintética y ajustada frase de Hellman para definir una época.

En la Argentina de la Ley de medios, curiosamente, hay quienes sienten nostalgia de nuestra propia caza de brujas. Alguno añora los tiempos en que acompañaba a las tropas de asalto en sus infames campañas tucumanas, y otros se duelen de perder el monopolio de la palabra. Todos ellos se victimizan alevosamente, y salen de gira a rogar que regresen los inquisidores mayores y sus tribunales de inapelables y mortíferas resoluciones. Quieren ver muerto el ciclo de las reparaciones económicas, sociales y culturales iniciado en 2003. Pero no saben, y tal vez ni siquiera sospechan, que están condenados a despertarse cada día, y a vivir cada jornada, dentro de su miserable y pequeñito tiempo de canallas.

Por Carlos Semorile.