martes, 8 de septiembre de 2015

La canción emancipada



La vieja España supo tener un Nebrija que sintetizó el dominio de sus colonias bajo la fórmula “Lengua e Imperio”. “No había en su lengua sino lugar para el castigo”.[1] Para salir de la minoridad impuesta por los españoles, nuestros primeros revolucionarios tuvieron que “servirse del estado de a la lengua vigente en aquella fecha” y, al mismo tiempo, debieron luchar por “revolucionar la lengua, dotando de nuevos sentidos a las viejas palabras”, iniciando así una batalla por el lenguaje que “no ha cesado en los últimos doscientos años”.[2] Andando el tiempo, Alberdi planteó que “nuestra lengua aspira a una emancipación”, y al despuntar el siglo XX Abeille tendría la osadía de plantear la existencia de un Idioma nacional de los argentinos. Acaso se le fue la mano, pero Martínez Estrada supo ver que los “poetas del pueblo” declararon “como extranjera la voluntad de crear una literatura nacional con elementos foráneos”, recogiendo y legalizando “lo español vivo en lo argentino vivo”: “Lo que nosotros hemos modificado en lo sustancial y hasta los límites de lo posible dentro de la rigidez de toda lengua es la semántica y la intencionalidad del lenguaje. No lo hemos deformado por fuera, sino por dentro”. Y cuando el Martín Fierro plantea “la ley primera” está invirtiendo la imposición del lenguaje colonizado que ordena desalojar el amor y suplantarlo por la desconfianza.[3] Es toda una reposición de valores: la fraternidad en sentido amplio, entre “gente que se quiere y se comprende” -como escribe Buenaventura Luna-, entre paisanos estigmatizados como bárbaros.

¿Se interesan los músicos por estas cosas? Cuando “la música interior” tocó por primera vez las puertas de la esquiva metrópoli, Juan Agustín García dijo que había recorrido “con bondad y paciencia lo que se siente en esos centros populares (…) Se encuentran emociones muy intensas y bien traducidas en un verso armonioso, español, pero muy argentino: con mucho sabor local (…) La guitarra es, en todos estos cantos, el símbolo de la patria; de una patria más suave y dulce”. Si el criollismo fue acaso una revolución cultural es porque terminó con los “buenos modales” del idioma, esos que hacían que la lengua del oprimido se escuchase como ruido y sólo se escuchara como discurso el idioma del opresor.[4] ¿Hace falta sugerir lo que va del lenguaje a la canción?

“El encuentro entre una persona y el lugar al que pertenece no es fortuito, es algo que va más allá del destino, es algo tan primordial que no hay palabras para describirlo”.[5] Pero hay que encontrar esas palabras y avanzar hacia una lengua nacional emancipada. “¿Para qué nuestra música? ¿Para qué nuestros dioses? ¿Para qué nuestras telas? ¿Para qué nuestra ciencia? ¿Para qué nuestro vino?”, preguntaba Manzi. Para que podamos escuchar una canción emancipada y disfrutar y tener “una patria más suave y dulce”.

Por Carlos Semorile.


[1] Juan Bautista Duizeide, Lejos del mar.
[2] Javier Fernández Sebastián citado por Esteban de Gori en La república patriota.
[3] Siguiendo a Jamaica Kincaid en Autobiografia de mi madre.
[4] Siguiendo a Eduardo Rinesi en Política y tragedia. Hamlet, entre Hobbes y Maquiavelo.
[5] Jamaica Kincaid, Autobiografía de mi madre.

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