Si como muchos
creemos, el domingo a la noche estaremos festejando el triunfo de Fuerza Patria
y la derrota inapelable de los seguidores del Ungido, será porque también le
habremos propinado un golpazo a la “agnotología”. Dos años atrás me enteré
–gracias a Leo, el primo de mi compañera- que la mencionada disciplina se
dedica a sembrar la ignorancia para así sacar provecho del desconocimiento de
la población.
Alguno puede pensar,
y le asiste todo el derecho, que lo único novedoso es el nombre, ya que siempre
existió el problema de que las grandes mayorías no tuvieran elementos para
dilucidar el origen de su miseria. Desde el socialismo utópico al científico,
se debatió con intensidad cuál era la mejor manera de descorrer el velo que
impedía la toma de conciencia necesaria para que las masas, una vez
esclarecidas, hicieran la revolución.
En estas pampas,
siempre tan vilipendiadas cuando se trata de compararnos con la “civilizada”
Europa, tuvimos el privilegio de contar con una serie de pensadores que, desde
el Revisionismo Histórico al Pensamiento Nacional, se dedicaron a triturar las
zonceras –para decirlo al modo jauretcheano- que embretan las mentes de
nuestros compatriotas y que son “agnotológicamente” inducidas para mantenernos
sometidos.
Uno de estos
patriotas, Scalabrini Ortiz, contó el caso de un comerciante que solía asistir
al sótano de FORJA, pero nunca comprendió que sus vaivenes económicos eran un
reflejo preciso, matemático, de la malaria de la Década Infame y de la bonanza
peronista. En su ignorancia, criticaba al gobierno que le había permitido salir
de pobre y se negaba a escuchar los vaticinios del correntino. Estaba tan perdido
que Scalabrini escribió: “No le oí ni una
sola palabra de agradecimiento para nadie”. Les suena, ¿verdad?
Cada vez que
recuerdo esta anécdota (narrada en “Bases para la reconstrucción nacional”)
pienso que no alcanzó: que en el 55 y en el 2015 hubo muchos compatriotas
solapadamente entrenados para escarnecer a los probos y enaltecer a sus
verdugos. Así les fue, y así nos va porque, más allá de los formidables logros
materiales y espirituales, la “agnotología pampeana” produce seres desdichados:
putean a quien le deben gratitud.
Como decía al
inicio, creo que el domingo las urnas castigarán este experimento macabro que
tiene a la crueldad como marca heráldica y a la entrega como fin desembozado.
Pero también pienso que, a esta altura de los desgraciados sucesos de los que
todas y todos somos testigos, no deberían sacar ni medio voto, no al menos
entre aquellos que se cuentan entre sus víctimas. Porque una cosa es ser
testigo, y otra es ser cómplice.
Por Carlos Semorile.

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