lunes, 1 de abril de 2024

Recetas de cocina

 

Más o menos para la misma época en que conocí al académico finlandés (ver -en este blog- “La rea danesa”), una joven promesa de las ciencias de la educación decidió que continuaría sus estudios en Alemania. Aunque aquí era el protegido de una muy reconocida pedagoga, parecía que en la Argentina había llegado a su “techo”. Pese a no hablar el idioma, se mandó a realizar una maestría –¿o era un doctorado?- en tierras germanas. Cuando un año y monedas más tarde regresó al país, estaba doblemente feliz: por haberse enamorado, y por haber “salido del closet”.

 

Pese a su sonoro apellido italiano, el joven educador tenía cierto aspecto teutón o, al menos mientras mantenía a raya a sus genes, pasaba por tal en su nuevo entorno. Vivía con su pareja en las afueras de Münich, ciudad que le encantaba porque tenía una buena movida cultural y una atractiva bohemia nocturna, amén de ser tolerante o decididamente amigable con el mundo gay.

 

Esto nos lo contó, lleno de entusiasmo y dicha, en Buenos Aires, y luego nos lo siguió contando a través del entonces novedoso –al menos para algunas y algunos de nosotros- correo electrónico. Por este medio, siguió hablando maravillas de la puntualidad de los trenes, de la eficiencia de los servicios, del respeto por los bosques circundantes, y por la multiculturalidad existente a partir de tantos inmigrantes que trabajaban, estudiaban y vivían en Alemania.

 

Al contrario del profesor finlandés, este joven académico mantenía un vínculo distante, cuando no decididamente crítico con el peronismo. Este posicionamiento, que en términos políticos podía entenderse como una mirada de izquierda, en términos culturales podía terminar en un divorcio mal llevado, sobre todo para un educador interesado en la polifonía de sentidos del mundo popular. Y algo de eso comenzaba a traslucirse en los correos mencionados.

 

Curiosamente, lejos de sentirse a salvo de la barbarie, el becario alemán parecía sentirse cada vez más amenazado por sus poderosos influjos que, en este caso, llegaban del Este. Un clima de bien programada beligerancia iba resquebrajando a la Yugoslavia genuinamente multicultural que había sabido edificar el mariscal Josip Broz “Tito”. Los “criminales de guerra” ya estaban identificados, y la OTAN comenzó a bombardear ante el silencio de la ONU.

 

Mientras nosotros –un “nosotros” ideológicamente bien plural y argento- puteábamos a lo loco, desde Münich nos llovían mensajes donde el becario nos trataba –por lo bajo- de “atrasados”. El mundo había cambiado, pero nosotras –argentinos y antiimperialistas irredentos- nos negábamos a aceptar que las “potencias civilizadas” efectuasen “bombardeos humanitarios”.

 

Luego de unas semanas, cuando fueron alcanzados hospitales, trenes y otros objetivos civiles (todos lo eran, en realidad), el becario dejó de tratarnos como a bestias populistas y comenzó a mandarnos recetas de cocina.

 

Carlos Semorile. 


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