Fue la semana pasada. Tuvimos una de esas trajinadas
mañanas de trámites en el centro. Para resarcirnos, compartimos un sandguchito
y una gaseosa en la Plaza Roberto Arlt, siempre fiel al laburante y al ocasional
paseante del engorroso microcentro. Luego, ya repuestos, unos pasos más hasta
la Avenida de Mayo, a esperar los respectivos bondis, cada uno a sus cosas. El
56 se demora como una novia, dándonos tiempo para apreciar todas las bellezas
que nos ofrece la Avenida de Mayo bajo este benigno, amoroso otoño. Ella parte,
y camino numeración abajo buscando una parada que, al final, está a las puertas
mismas del Café Tortoni. El 64 también remolonea y sigo disfrutando de la brisa
que viene del río y mece las ramas de esos bellos y añosos árboles que también
mi abuelo, devoto habitué de los cafés de la Avenida de Mayo, debió amar en sus
estadías de provinciano trashumante.
Me acuerdo que hace pocos días estuvimos en la Plaza,
y evoco no todas, pero sí algunas de las veces que las multitudes caminamos esa
avenida que resume –como la Plaza- buena parte de nuestra historia política. En
esas estaba cuando, desde el Tortoni, surgió una pareja de extranjeros
acompañados de una muchacha hippie chic, su guía en Buenos Aires. La joven para
un taxi y a las apuradas, mientras hace un gesto ampuloso que abarca todo a su
alrededor, escucho que les dice: “Esta es la avenida de la marcha de Nisman”. Ellos
asienten y le echan una mirada impropia al entorno, como si fuesen a llover
paraguas y fiscales. “Ah, sí?”, pienso para mí: “La sorpresa que te vas a llevar en octubre, piba!!!”. Y hoy
me encuentro con esta foto de Cristina rodeada por las nuevas jubiladas, esas
que también van a dar el batacazo, y al fin me decido a escribir este
desagravio a nuestra gloriosa Avenida de Mayo.
Por Carlos Semorile.
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