La
Presidenta habla por cadena y los cuerpos de los argentinos se ven
estremecidos, la mayoría de emoción y dicha, y unos pocos de impotencia por no
poder reinstalar en el pueblo el complejo de inferioridad, el miedo y la
desesperación. La “única verdad” dice
que la Nación ya no se sitúa en un futuro lejano e improbable, sino que está en
el centro mismo de esos cuerpos que vibran con la palabra presidencial, y que
expresan la nueva naturaleza del hombre y la mujer argentinos. En esos
muchachos y chicas que saltan y vitorean a “la Jefa”, en esos hombres curtidos
y de hablar parco que a los tumbos le agradecen todo lo realizado, en esas
mujeres que van un poco más lejos y la tutean, en todos ellos es posible percibir
sin esfuerzo el signo de una desmesura. Pero es que este exceso de confianza,
esta fe arrebatada, funciona como un dique de contención frente a las cataratas
de mentiras de los medios opositores. Quienes militan de una u otra forma en el
proyecto popular, o quienes simplemente viven en este país y quieren seguir
haciéndolo en paz -con pan, trabajo y dignidad-, anhelan sumarse a la epopeya de
construir y asumir un nuevo orden nacional.
Y aquí es
donde adquiere trascendental importancia el discurso de la Presidenta, que no
es meramente una opinión distinta dentro de “los relatos” en disputa. Releo a
Fanon y sigo encontrando iluminaciones y puentes que conectan con nuestra
realidad nacional: en este sentido, por ejemplo, oírla a Cristina significa
escuchar “las primeras palabras de la Nación”. Gracias a su voz, que comunica y
expresa el verdadero país, la Patria surge dentro de cada uno y se “materializa
de manera irrecusable”. Existe una identificación plena entre esa voz y la
verdad fundamental de la Nación, que se verifica en una estrategia cierta para
recuperar la soberanía. Y a diferencia de otras que no supieron, no pudieron o
no quisieron, esta voz viene a quebrar un silencio de décadas durante el cual
estuvieron sacralizadas las mentiras del país liberal. En el habla de la
Presidenta, hasta las mentiras del enemigo pasan a ser “un aspecto positivo de
la nueva verdad de la Nación”. Y así, su voz es “la Palabra de la Nación, el
Verbo de la Nación, (que) ordenan el mundo y lo renuevan”. Cristina es la voz y
el pensamiento de la conciencia nacional.
Hace poco,
desde Vietnam, ella recordó a Castelli, “el orador de la Revolución”, el
patriota que terminó pidiendo que el futuro no llegase. Hoy, en cambio, podemos
decir, junto con Cristina: “Si ven al futuro, díganle que venga”.
Por Carlos Semorile.
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