lunes, 23 de abril de 2012

Constance Markiewicz, “esa mujer”

Mañana 24 de abril se cumple un nuevo aniversario del Alzamiento Irlandés de Pascua, ocurrido en 1916. Como un homenaje a ese pueblo al que nos une un enemigo en común -que también ocupa parte de su territorio-, vaya esta semblanza de una de sus luchadoras, La Condesa Roja. Hablamos de Constance Markiewicz, la que siendo joven deslumbró con su belleza a la Corte Británica y la mismísima reina Victoria, y la que luego insultará y maldecirá sin descanso a Inglaterra, “la bestia negra, el país de sus ancestros, del que hay que desconfiar, asegura a ciencia cierta, porque ella proviene de él y lo conoce bien”.

En la Pascua de 1916, Constance Markiewicz estuvo entre quienes ocuparon los principales edificios de la vieja Dublín para terminar con siete siglos de desembozado colonialismo. Frente a la efigie del almirante Nelson, los rebeldes leyeron la Proclama del Gobierno Provisional: “En el nombre de Dios y de las generaciones difuntas, cuyas tradiciones antiguas ha heredado como nación, Irlanda, por medio de nosotros, congrega a sus hijos bajo su bandera y combate por su libertad”. El poeta W. B. Yeats escribiría luego: “Una terrible belleza ha nacido”.

Constance Gore-Booth (tal su apellido de soltera) pertenecía a una de esas familias anglo-irlandesas que nacieron como consecuencia de la política inglesa de ocupación de Irlanda mediante la “plantación” de súbditos británicos. De tal suerte, los “anglos” progresivamente desplazaban a los nativos de las tierras más fértiles de la isla, condenándolos a la mera subsistencia en base al monocultivo de la papa. Desde el siglo XII, la Corona Británica se ocupó de procurarles todo tipo de padecimientos a los hijos de Erin: hambrunas, exilios, prohibiciones políticas y persecución religiosa. El plan de los ocupantes era de vastos alcances: “Debemos cambiar su forma de gobierno, su ropa, sus costumbres, su régimen de posesión de tierras y sus hábitos de vida; de lo contrario, será imposible inculcarles la obediencia”. Como explicaría Jorge Enea Spilimbergo, Irlanda se convirtió en el laboratorio del imperialismo británico: lo que allí funcionaba, los ingleses lo exportaban luego “irlandizando” el resto de sus colonias (plantaciones, matanzas, suplantación cultural).

Pero como al correr de las épocas se sucedían las sublevaciones de un pueblo indócil, los estrategas del imperio pensaron que había que ir todavía más allá: “Si el habla es irlandesa, el corazón debe por fuerza ser irlandés”. Lo más pernicioso de la sustitución del gaélico por el idioma inglés era el modo con que el invasor definía al invadido como el negativo de sí mismo. Según el ensayista Declan Kiberd: “Si los ingleses se han presentado al mundo como controlados, refinados y arraigados, les convenía que los irlandeses fueran exaltados, toscos y nómades”. Sin embargo, una muy joven Constance refutaría este relato: “Cuánto odio la lengua inglesa cuando tengo que expresar un razonamiento: su pobreza me vuelve estúpida”. A ideas como ésta, el grupo “Mujeres de Irlanda” le daría una formulación programática: “Desacreditar la lectura de obras literarias inglesas, los cantos ingleses; disuadir a cualquiera de asistir a las vulgares representaciones inglesas de teatro o de music-hall; combatir por todos los medios la influencia inglesa, que es una injuria al gusto artístico y al refinamiento del pueblo irlandés”.

Casada tardíamente con un falso conde polaco, Constance se acerca fervorosamente al movimiento cultural que encabezan los poetas, dramaturgos y escritores nacionales: Geogre Bernard Shaw, James Joyce, Douglas Hyde, John Singe, Oscar Wilde, W. B. Yeats. El renacimiento gaélico, que buscaba reafirmar la identidad irlandesa, anticipará la revolución política que pronto sacudirá la isla. Activa participante de esta movida cultural, Contance explicaría su propio alumbramiento político: “Desperté a la idea de que Irlanda no se había rendido, y de que existían hombres y mujeres que no habían aceptado la conquista”.

Cerrados todos los caminos de participación, los irlandeses se inclinaron por la opción armada. Así, con los conocimientos adquiridos por su aristocrático origen, la amazona Markiewicz se dedicará a entrenar scouts en tácticas de guerrilla urbana: “Dentro de diez años esos muchachos serían hombres. Me los imaginaba alcanzando la mayoría de edad y alistándose, como si tal cosa, en el Ejército o en la policía británicos y, en consecuencia, sometiendo a los de su propia clase a la autoridad inglesa”. Feminista a ultranza, también integrará la Unión de Mujeres y, ya convertida en la “Condesa Roja”, tendrá una destacada actuación en la huelga de 1913 acompañando al socialista Jim Larkin (el dirigente que había impresionado nada menos que a Lenin).

Fracasado el Levantamiento de 1916, “Madame” Markiewicz escuchará desde su celda las detonaciones con las que los ingleses fusilan prolijamente a los líderes de la insurrección. Sus compañeros caen para escarmiento de sus seguidores. Se salvan unos pocos: Eamon de Valera, por haber nacido en U.S. A., y el hiberno-argentino Eamon Bulfin, el joven que izó la tricolor en el edificio de correos de Dublín. Ella, que no es pasada por las armas “única y exclusivamente en razón de su sexo”, le escribe al tribunal que “habría preferido que ustedes hubiesen tenido la decencia de fusilarme”. Y como para que no queden dudas, dirá años más tarde: “Nosotros hemos conocido la dicha de tener en el punto de mira el corazón de un soldado inglés”. La prensa la perseguirá hasta después de muerta, presentándola como una “mujer sedienta de sangre”. Pero cuando Yeats escriba la elegía a esa semana crucial, nombrará a la Markiewicz como “esa mujer”.

Beneficiada por la amnistía de 1918, Markiewicz llegará al parlamento de la mano del Sinn Féin (Nosotros Mismos), “la nación organizada” según de Valera, el primer presidente de la República de Irlanda. Y cuando se discuta la partición de la isla (jugada de la diplomacia inglesa para debilitar el nacionalismo y la emancipación de los irlandeses), ella se opondrá: “Yo he visto las estrellas, y no pienso seguir la luz vacilante de un fuego fatuo”.

Por Carlos Semorile.

1 comentario:

  1. Excelente recuerdo de una mujer singular y valiente. Suscribo, con los soldados de Malvinas, su reflexión: “Nosotros hemos conocido la dicha de tener en el punto de mira el corazón de un soldado inglés”

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