sábado, 3 de diciembre de 2011

Urtubey, el polkiano

El gobernador de Salta y el capo de Polka parecen compartir, desde que el primero posara junto a Marcela “de Noble” en la apertura de la Expoagro Norte, una misma mirada sobre los formidables cambios que se vienen produciendo en la sociedad argentina. Para ser más precisos: Adrián Suar dijo que le pareció “canalla” que se montara un “relato” sobre la verdadera identidad de los herederos del emporio Clarín. Dado que “El Chueco” es una suerte de socio del Monopolio, no hay demasiado espacio para sorprenderse por sus emporcamientos políticos. A primera vista, entonces, resultaría curioso que Juan Manuel Urtubey, abrumadoramente reelecto en su provincia, se subordine a los designios de los sepultureros de su propio entierro. Pero el salteño ya viene marcando la cancha con su etiqueta de buen muchacho justicialista -“no kirchnerista”-, lo cual supone cubrirse con el sagrado manto de “la doctrina”, recitar sin hesitar las “20 verdades”, y llevar en la solapa el reluciente escudito del PJ. ¿Acaso está mal bañarse, afeitarse, peinarse y usar colonia? No, inclusive Perón y Néstor lo hacían. Lo que hace ruido es el “prolijismo”, esa pretensión de hacer pasar la cáscara por el carozo, ese intento turro de que, una vez más, el movimiento se someta al partido y sus derrapadas liberales. Hace unos pocos años -pero parece que hubieran pasado siglos-, Néstor les pateó el tablero a los fariseos del templo justicialista. Los sarcófagos se abrieron, y ciertas voces clamaron a los cielos por la herejía, y hasta se apresuraron a presentar títulos de propiedad sobre “la marchita” que, por culpa de ellos, había perdido buena parte de su contenido mítico. Por problemas muy similares a estos, el inagotable Frantz Fanon señalaba que la cultura de una nación no es una “masa sedimentada de gestos puros”. En este sentido, la “tradición de los dirigentes justicialistas” no representa otra cosa que la clásica estratagema que decide momificar la cultura justo cuando los jóvenes, las mujeres, los trabajadores, las minorías, los estudiantes, etc., han resuelto modificarla en base a un renacido misticismo. Se intenta encorsetar un hecho efervescente -la cultura popular- para que, bajo el peso de unos principios inamovibles, se petrifique en un conjunto de gestos sedimentados. ¿Hay algo más parecido a este panorama de rictus mineralizados que las novelas y las series de Polka? ¿Algo que se asemeje menos a la verdad? No se trata aquí de juzgar labores actorales, sino de constatar el ínfimo grado de verosimilitud que Polka desparrama en los contenidos de sus “relatos”. Quienes tenemos unas décadas encima, no podemos dejar de advertir que la distancia que hay entre un esperanzado joven argentino y su deformado espejo polkiano, es la misma que en su momento hubo entre un militante de los años ´70 y ese buen muchacho casadero -y mejor yerno- que en su momento fuera Palito Ortega. Y la intención es la misma: que nadie se salga de la norma, que el quietismo colonice las mentes y las almas, que nada altere el “statuo quo ante bellum”; es decir: que las cosas vuelvan a ser lo que eran antes de la guerra (reiterado “leitmotiv” de los escribas de los poderes fácticos). Reitero: no sorprende que Suar tenga una mirada entrenada para los rostros y sus efectos en las pantallas. Tampoco llama la atención que, en un desbarranque típico de Lilita o De Ángeli, busque enlodar a la Presidenta juzgándola desde su sillón de director televisivo, como si ambas presidencias fueran equiparables. Lo que sí desconcierta es que no haya advertido la presencia de un nuevo postulante. Es joven, atildado, “da bien” en cámara, se expresa razonablemente, no quiere subvertir nada, le gustan el orden, los poliniños y los homenajes descafeinados al pie del gaucho y guerrillero muerto. Lo que nos asombra, Adriancito, es que todavía no lo hayas convocado a Urtubey.
Por Carlos Semorile.

No hay comentarios:

Publicar un comentario