viernes, 24 de junio de 2011

También a De Narváez “se le ha acabado el castellano”

No es que uno le haya escuchado nunca formular una idea, o desarrollar un concepto. Tampoco se le conocen sutilezas verbales que hagan pensar que, dentro de ese “envase”, vive un pensamiento político. Lo suyo, en todo caso, es la astucia, el “empaquetamiento” para encajar en el nicho social más adecuado según venga la mano en cada comicio. Después del ex presidente Uribe, debe ser el colombiano menos “chévere” que nos haya tocado conocer. Francisco de Narváez empieza y termina en el posado “envaramiento” con el que pretende “llenar” las pantallas y, al mismo tiempo, petrificar el proceso que hoy protagonizan las mayorías argentinas. Su agravio a Néstor, lo sitúa en una suerte de ciénaga pre-comunitaria, en un vacío cultural tan alarmante como abismal. ¿Qué otro lenguaje es capaz de hablar un hombre en el que se dan cita y se articulan el odio con el resentimiento? El título de un libro (“Historia del Gorilismo desde 1810”, del chubutense Javier Prado) nos da la pauta de que el problema tiene raíces tan bicentenarias como nuestros intentos emancipatorios. Dice Norberto Galasso que José Fernando de Abascal, el virrey del Perú, atacó a la Revolución de Mayo en los siguientes términos: “Los americanos son hombres destinados a vegetar en la oscuridad y el abatimiento”. Frente a la ofensa, Mariano Moreno se encargó de responderle: “El gran escollo que no ha podido vencer la resignación de nuestros émulos es que los hijos del país entren al gobierno superior de estas provincias. Sorprendidos de novedad tan extraña, creen trastornada la naturaleza misma y empeñándose en sostener nuestro abatimiento antiguo como un deber de nuestra condición provocan la guerra y el exterminio contra unos hombres que han querido aspirar al mando contra las leyes que los condenaban a perpetua obediencia (…) El español europeo que pisaba América, era noble desde su ingreso, rico a los pocos años de residencia, dueño de los empleos y con todo el ascendiente que sobre los que obedecen ejerce la prepotencia de los que mandan. (Pero) sin que sea vanagloria podemos asegurar que hombres a hombres les llevamos muchas ventajas y podemos afirmar que el gobierno antiguo nos había condenado a vegetar en la oscuridad y al abatimiento, pero como la naturaleza nos había creado para grandes cosas, hemos empezado a obrarlas, limpiando terreno de la broza de tanto mandón inerte e ignorante”. Y refiriéndose a los yerros gramaticales del absolutista Abascal: “Estos vergonzosos errores en el idioma me recuerdan el axioma con que la gente del país describe el aturdimiento de un hombre asustado del cual dicen que ‘se le ha acabado el castellano’ y no es extraño que ‘se acabe el castellano’ a quien no ve muy duradero su virreynato” (Galasso, “Mariano Moreno, el sabiecito del sur”). Esta última observación, la de los límites de un idioma que no es capaz de pensar la sociedad para la cual habla, también debería servirnos para reflexionar sobre la necesidad que una comunidad que cambia tiene de un nuevo lenguaje que dé cuenta de esas transformaciones. Hay un resto del lenguaje, el que manejan los De Narváez o los De Ángelis, que asfixia al castellano en el “piélago estéril” de los asesores de campaña. Balbucean, aturdidos, porque temen el estertor de sus privilegios de siempre. No habría ni que decirlo, pero el hijo del ex presidente Raúl Alfonsín debería saber esto. Y hay un idioma, que va de Moreno a Cristina, que es reparatorio y que genera “la comprensión de que toda miseria es una injusticia”. Tratemos, aunque más no sea, de acompañar la brillante oratoria de nuestra presidenta con las palabras de quienes nos sentimos liberados de “la oscuridad y el abatimiento”.
Por Carlos Semorile.

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