miércoles, 17 de septiembre de 2025

Bajo una misma bandera


 

Estas esculturas a orillas del río Liffey, en Dublín, recuerdan la Gran Hambruna que padeció Irlanda de 1845 a 1851 cuando toda la isla era todavía una colonia británica, y cuyas secuelas demográficas, sociales y culturales llegan hasta la actualidad. En ámbitos académicos se debate, con argumentos encontrados, si la Gran Hambruna se trató o no de un genocidio que Gran Bretaña cometió contra el pueblo irlandés. Unas pocas líneas del “Ulises” de Joyce ponen las cosas en su lugar:

“Fueron echados de sus casas y hogares en el negro 47. Sus cabañas de barro y sus chozas a la vera del camino fueron arrasadas por la topadora y “The Times” se frotó las manos e informó a los sajones pusilánimes que pronto habría tan pocos irlandeses en Irlanda como pieles rojas en América. Hasta el Gran Turco nos envió piastras. Pero el Sajón intentó hambrear a la nación en su país mientras en la tierra abundaban cosechas que las hienas británicas compraban y vendían en Río de Janeiro. Sí, echaron a los campesinos en hordas. Veinte mil murieron en barcos cementerios. Pero los que llegaron a la tierra de la libertad recuerdan la tierra de la esclavitud. Y volverán otra vez y en mayor número”.

En efecto, cuando a un pueblo se le quitan sus leyes ancestrales, sus tradiciones y sus costumbres, cuando se liquida a su clase dirigente y se persigue a quienes –por erudición y voluntad de resistir- podrían enlazar el pasado con el presente y el futuro, cuando se le confiscan sus tierras y se les prohíben su idioma y su fe, cuando se lo abandona a su suerte para que una plaga se ocupe de exterminarlos (y se colabora para que así suceda mediante decomiso de cosechas, arrestos por robar comida y deportaciones), o cuando las represiones de los periódicos levantamientos son desproporcionadas y sanguinarias, el conjunto de todas estas políticas debe caracterizarse como un genocidio.

La memoria histórica del pueblo irlandés ha generado este embanderamiento para señalar que la hambruna con la que Israel busca aniquilar al pueblo palestino tiene las mismas características que la promovida por Gran Bretaña en el siglo XIX: forma parte de una estrategia genocida que no debería contar con la complicidad de los gobiernos que siguen sin tomar medidas al respecto.

Es el mismo embanderamiento que puede verse de punta a punta del planeta en brazos de los pueblos más disímiles que, ridiculizando las políticas exteriores de sus gobiernos y desobedeciendo el relato oficial de las corporaciones mediáticas, están asumiendo que hoy la bandera palestina representa un piso de dignidad, humanismo y cultura contra “todas las formas de menoscabo de lo humano” (Horacio González dixit).

También debe entenderse como un severo “¡Alto!” al arrasamiento que lleva adelante Israel. Y no sólo porque la ONU ya se ha pronunciado, muy tarde pero taxativamente, sobre la cuestión del genocidio. Sino porque, como pronosticó Joyce, los expulsados tienen la mala costumbre de volver a la tierra que una vez fue suya. Los pueblos tienen con su terruño un vínculo muy distinto al que los agentes coloniales señalan en sus mapas. Y por ello tampoco conviene olvidar lo que no hace tanto dijo Cristina: “Los pueblos siempre vuelven y encuentran los caminos”.  

Por Carlos Semorile.

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