martes, 15 de marzo de 2022

De invertebrados y miopes a consensualistas y mudos

Cuando en 2020 Alberto Fernández dio su primer discurso ante la Asamblea Legislativa, abogó por el buen uso de la palabra pública: “En la Argentina de hoy, la Palabra se ha devaluado peligrosamente. Parte de nuestra política se ha valido de ella para ocultar la verdad, o tergiversarla. Muchos creyeron que el discurso es una herramienta idónea para instalar en el imaginario público una realidad que no existe. Nunca midieron el daño que con la mentira le causaban al sistema democrático. Yo me resisto a seguir transitando esa lógica. Necesito que la Palabra recupere el valor que alguna vez tuvo entre nosotros. Al fin y al cabo, en una democracia el valor de la Palabra adquiere una relevancia singular. Los ciudadanos votan atendiendo a las conductas y los dichos de sus dirigentes. Toda simulación, en los actos o en los dichos, representa una estafa al conjunto social y, honestamente, me repugna”.

 

Apenas dos años después, y ante la gravedad del ataque sufrido por la principal líder del espacio político que lo llevó a la presidencia, Alberto Fernández se llama a silencio mientras Aníbal Fernández pretende que un llamado telefónico cursado por él a Cristina Kirchner sea equivalente a un repudio público y por ende político de la mayor trascendencia, dado que sea trata nada menos que de la vicepresidenta.

 

Este señalamiento institucionalista no nos aparta ni por un momento de considerar que fue durante los gobiernos de Néstor y Cristina cuando la palabra política recuperó el valor que alguna vez tuvo, y que millones de ciudadanos –al ser interpelados por la misma- le tomaron la palabra a sus gobernantes porque comprendieron que la praxis política les permitía recuperar -o asumir- su identidad nacional y popular.

 

Esa fue, en verdad, la relevancia singular que adquirió la palabra política mientras estuvo acompañada por los hechos. El Alferdez de marzo de 2020 lo entendía mejor que su versión de 2022, cuando ya no pone resistencia a seguir transitando la lógica de la degradación de la Palabra. Porque no otra cosa es su silencio de hoy, con el agravante de que nos arrastra de invertebrados y miopes a consensualistas y mudos.

 

Por Carlos Semorile.

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