sábado, 21 de marzo de 2020

La lengua troske


Durante los gobiernos de Cristina, escribí –como tantos otros- sobre lo que creía que era una de las mayores conquistas de su conducción: la dignificación de la palabra pública, su reparación y puesta en valor.

Me parecía, y me sigue pareciendo, un piso insoslayable para reconstruir el tejido comunitario que la Dictadura se propuso desmembrar, y que los sucesivos gobiernos democráticos no lograron re-hilvanar ya sea porque no supieron, porque no pudieron, o directamente porque no quisieron. Y a veces por las tres cosas juntas, lo cual realza aún más la recuperación del lenguaje que hicieron los Kirchner, donde lo que decía era lo que hacía, y viceversa. 

Pero eso no fue lo único que sucedió durante aquéllos años, ya que desde la corporación mediática se puso en marcha un formidable dispositivo de horadación de la Palabra y de perversión de su sentido.

Así, no resultó tan extraño que la restauración conservadora que gobernó entre 2015 y 2019 se caracterizara por una degradación permanente y alevosa del idioma, apelando a una lengua del ultraje.

Pero los ultrajados volvimos a instalar en la Casa Rosada a uno de los nuestros y, en su discurso ante la Asamblea Legislativa, Alberto Fernández destacó precisamente la recuperación del valor de la Palabra.

Dijo Alberto ese 1º de marzo: “En la Argentina de hoy, la Palabra se ha devaluado peligrosamente. Parte de nuestra política se ha valido de ella para ocultar la verdad, o tergiversarla. Muchos creyeron que el discurso es una herramienta idónea para instalar en el imaginario público una realidad que no existe. Nunca midieron el daño que con la mentira le causaban al sistema democrático. Yo me resisto a seguir transitando esa lógica. Necesito que la Palabra recupere el valor que alguna vez tuvo entre nosotros. Al fin y al cabo, en una democracia el valor de la Palabra adquiere una relevancia singular. Los ciudadanos votan atendiendo a las conductas y los dichos de sus dirigentes. Toda simulación, en los actos o en los dichos, representa una estafa al conjunto social y, honestamente, me repugna”.
 
No hay que ser lingüista para comprender que el discurso de Alberto dejó al desnudo a los sectores que hasta fines de 2019 se reconocían como macristas. Pero tampoco hay que ser Chomsky para saber la diferencia entre cuarentena transitoria -y por muy atendibles motivos de salud pública-, y “Estado de Sitio”. Y que el uso que los trotskistas hacen del lenguaje los deja al borde de “una realidad que no existe”.  

Por Carlos Semorile.

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