martes, 7 de febrero de 2017

Frantz



Cuando empieza la peli, el Frantz del título ya está muerto y enterrado, pero no precisamente en su germano pueblo natal donde una falsa tumba recibe las flores de quien fuera su prometida, Anna. Y también, oh sorpresa!, de un joven francés, Adrien, que dice haber sido su amigo en el París “de antes de la guerra” (la del ´14). Tras finalizar la contienda el horno no está pa´ bollos, y no está bien visto que un franchute ande dejando flores en el sepulcro de un soldado alemán. Los mayores del pueblo se encrespan, pero los padres de Frantz necesitan escuchar aquello que Adrien pueda contarles de su hijo, e inclusive alientan a Anna para que vaya a un baile con el misterioso forastero.

A partir de aquí, seguir contando los sucesos del film sería una turrada. Deben verla, y no porque sea una reelaboración de “Remordimiento”, de Ernst Lubtisch, o porque se trate de la nueva cinta de François Ozon. Sino porque todo lo que van a leer por ahí –que es una peli sobre la culpa y el perdón, que trata sobre las identidades dislocadas, que pone en escena un cuadro de Manet y deja reverberando complejas cuestiones sobre el deseo de morir y el deseo de vivir, que hace un uso exquisito y adecuado tanto del blanco y negro como del color-, sino porque todo eso y mucho más pasa por los rostros de Paula Beer y de Pierre Niney. En sus ojos se pueden leer la incertidumbre de unas vidas, y aquello que llamamos encuentro o destino, dicha o tragedia.

Por Carlos Semorile.

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