martes, 13 de agosto de 2013

Lo gris



No sabía que le gustara el gris. Nunca me lo manifestó. Podía sospechar que el negro y el blanco, así a secas, le disgustaran por su amenaza de absoluto, por su tendencia a aplanar los matices, las graduaciones. Siendo tan lindos los azules, los naranjas, los verdes, no me imaginé que se inclinara por lo gris, con su anodina textura y su opaco devenir. No necesita usted decirme lo que ambos sabemos de sobra: le repitieron mañana, tarde y noche que algunos brillos son peligrosos, que ciertos fulgores arrebatan el alma y así, de a poco, lo han convencido que el violeta es un extravío y que el fucsia se aproxima al delirio.

Lo han timado, mi amigo! Le robaron los colores, viejo! Si todavía no me cree, mire a su alrededor y, con una mano en el corazón, dígame si ve alegría en los rostros, si percibe algún júbilo a lo largo y a lo ancho del país argentino. Y si no lo percibe es porque, sencillamente, no lo hay. Porque el gris no es, como le dijeron, la síntesis de estos años coloridos pero sin sus “abundancias cromáticas”. Qué excesos me pregunto y le pregunto, si yo a usted lo vi disfrutar cuando pusieron un prisma delante de sus ojos, y ahora lo noto tristón, preocupado por un sentimiento tan escurridizo y viscoso como ese hombre gris que finge futuros y ya le está robando el presente.

No lo ve? Sienta, entonces, la manera alevosa en que el gris le carcome las esperanzas y las reemplaza por un horizonte macilento donde los días se suceden sin ilusiones, anodinos y vacuos como el quetejedi gris. Cuídese, paisano! La mirada suele ser un reflejo fiel de la conciencia, y nos andan queriendo empaquetar con una ceguera que empieza siendo gris, y termina negra y fiera.

Por Carlos Semorile.

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