…ni los diablos las pensaron”. De
nuestro poema nacional, el “Martín Fierro”, este es uno de sus versos que
adquiere resonancia universal. Aplica, por ejemplo, a toda la barbarie que el
sionismo viene ejerciendo contra el pueblo palestino en el genocidio más
documentado y televisado de la historia. De sus muchas imágenes espeluznantes, una
es la del doctor Hussam Abu Safiya avanzando entre escombros hacia los tanques
israelíes que destruyeron el hospital Kamal Adwan, en el norte de Gaza.
Los ataques al
hospital comenzaron hace más de un año y el asedio final hace dos meses, cuando
las fuerzas de ocupación ordenaron su evacuación sin importar el estado de los
pacientes. Por desobedecer dicho ultimátum, contó Abu Safiya, “el ejército me castigó matando a mi hijo.
Lo vi morir en la puerta de entrada; fue un gran impacto. Encontré un lugar
para enterrarlo cerca de uno de los muros del hospital, para que pudiera
permanecer cerca de mí”. Ahora, además, lo tienen secuestrado a él.
Como a tantas
mujeres y hombres, niños, jóvenes y ancianos, cuyo único delito es pertenecer a
otra cultura y ocupar un territorio donde el Estado Terrorista de Israel planea
extender su “espacio vital” en aras de edificar el “Gran Israel”, tal y como el
propio Netanyahu ha explicitado y graficado -mapas mediante- ante la Asamblea
General de la ONU. Para que ese ambicioso proyecto (tan similar al “Reich de
los mil años”) pueda realizarse, es indispensable exterminar antes a todos los
palestinos.
Y aquí
volvemos al “Martín Fierro” y su advertencia contra el racismo: “Bajo la frente más negra, hay pensamiento y
hay vida”. Esa vida ha sido estigmatizada desde mucho antes de que se
iniciara la masacre en curso: en sus notas de 1974 sobre Palestina, Rodolfo
Walsh denunciaba que Golda
Meier había dicho: “¿Palestinos? No sé lo que es
eso”. La catástrofe comenzó en 1948 y, en rigor, nunca dejó de
suceder. La crueldad actual lo confirma, y nos abisma en el horror donde no hay pensamiento ni vida.
Carlos Semorile.