martes, 31 de diciembre de 2024

"Las cosas que aquí se ven...


 

…ni los diablos las pensaron”. De nuestro poema nacional, el “Martín Fierro”, este es uno de sus versos que adquiere resonancia universal. Aplica, por ejemplo, a toda la barbarie que el sionismo viene ejerciendo contra el pueblo palestino en el genocidio más documentado y televisado de la historia. De sus muchas imágenes espeluznantes, una es la del doctor Hussam Abu Safiya avanzando entre escombros hacia los tanques israelíes que destruyeron el hospital Kamal Adwan, en el norte de Gaza. 

Los ataques al hospital comenzaron hace más de un año y el asedio final hace dos meses, cuando las fuerzas de ocupación ordenaron su evacuación sin importar el estado de los pacientes. Por desobedecer dicho ultimátum, contó Abu Safiya, “el ejército me castigó matando a mi hijo. Lo vi morir en la puerta de entrada; fue un gran impacto. Encontré un lugar para enterrarlo cerca de uno de los muros del hospital, para que pudiera permanecer cerca de mí”. Ahora, además, lo tienen secuestrado a él.

Como a tantas mujeres y hombres, niños, jóvenes y ancianos, cuyo único delito es pertenecer a otra cultura y ocupar un territorio donde el Estado Terrorista de Israel planea extender su “espacio vital” en aras de edificar el “Gran Israel”, tal y como el propio Netanyahu ha explicitado y graficado -mapas mediante- ante la Asamblea General de la ONU. Para que ese ambicioso proyecto (tan similar al “Reich de los mil años”) pueda realizarse, es indispensable exterminar antes a todos los palestinos.

Y aquí volvemos al “Martín Fierro” y su advertencia contra el racismo: “Bajo la frente más negra, hay pensamiento y hay vida”. Esa vida ha sido estigmatizada desde mucho antes de que se iniciara la masacre en curso: en sus notas de 1974 sobre Palestina, Rodolfo Walsh denunciaba que Golda Meier había dicho: “¿Palestinos? No sé lo que es eso”. La catástrofe comenzó en 1948 y, en rigor, nunca dejó de suceder. La crueldad actual lo confirma, y nos abisma en el horror donde no hay pensamiento ni vida.

Carlos Semorile.