miércoles, 12 de agosto de 2020

“Al lado del camino”

 

Vivimos un tiempo desquiciado donde todo parecer oscilar entre un aceleramiento impiadoso (el trabajo y las clases a distancia, con sus exigencias cada vez mayores, son claros ejemplos de esa exacción compulsiva de “plusvalía de tiempo”), y una quietud que parece darnos una chance de dar vuelta la desmoronada “normalidad” que supo ser tan cruel, tal como la describió Fito Páez hace más de 20 años:

 

“En tiempos donde nadie escucha a nadie,

en tiempos donde todos contra todos,

en tiempos egoístas y mezquinos,

en tiempos donde siempre estamos solos,

habrá que declararse incompetente

en todas las materias de mercado,

habrá que declararse un inocente,

o habrá que ser abyecto y desalmado…”

 

Como puede verse, lo que extrañamos de la añeja normalidad no son sus “tiempos egoístas y mezquinos”, sino que es todo aquello que acertamos a brindarnos por fuera del mercado y “a un lado del camino”:

 

“Me gusta estar a un lado del camino,

fumando el humo mientras todo pasa,

me gusta abrir los ojos y estar vivo,

tener que vérmelas con la resaca…”

 

Añoramos la dimensión humana de la vida, la cercanía, los abrazos, las caricias y los diferentes modos, individuales o grupales, de habitar el tiempo sin ser esclavos de un proyecto “abyecto y desalmado”:

        

“Entonces navegar se hacer preciso,

en barcos que se estrellen en la nada,

vivir atormentado de sentido

creo que ésta, sí, es la parte más pesada…”

 

Salvo “los alienados de siempre”, los fetichistas del consumo, el resto podíamos estar “atormentados de sentido”, pero estábamos dichosos de “abrir los ojos y estar vivos”, consumidos por nuestros propios deseos:

 

“Me gusta estar al lado del camino,

dormirte cada noche entre mis brazos,

al lado del camino

es más entretenido y más barato…”

 

Si en verdad salimos vivos y despiertos de esta encrucijada fatal, será porque desviamos los caminos hacia la solidaridad, el amor y la gracia.

Por Carlos Semorile.

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