domingo, 5 de mayo de 2019

Cristina y la vida real del país nacional y popular


Hace pocos días, tuve la dicha de acceder a un exquisito relato del “Negro” Dolina donde plantea que, ante la multiplicidad de significantes presentes en cualquier texto, la lectura se convierte en un acto tan singular como soberano: “Leer es decidir”. Por ello, mi particular mirada sobre “Sinceramente” es que se trata de un libro indispensable para quienes aspiren a saber qué factores condicionan y determinan la vida real del país de los argentinos y argentinas.

Un país, el nuestro, que ha pasado sin escalas de la cultura de la ternura a la cultura de la mortificación, y donde una inmensa mayoría de compatriotas padecen con angustia por tener “sus sueños en crisis”. Sucede que, como dice Cristina: “vivir la vida –con tus ideas, con tu historia, con tus sentimientos, con tus necesidades-, para millones de argentinos y argentinas, se ha convertido en un calvario. La catástrofe económica y social del gobierno de Cambiemos y Mauricio Macri ha hecho estragos en el cuerpo social de la Argentina”. Ya no hay cobijo, amparo ni miramiento, sólo degradación, intemperie, y represión.

“¿Qué es lo que está pasando en Argentina?”, se pregunta Cristina, y responde: “Creo que un factor determinante para explicar lo que sucede es el profundo odio que siente una parte de este país contra el peronismo y también las mentiras en un círculo que se retroalimenta y del que a muchos les resulta imposible salir. Se trata de un odio que empezó hace setenta años cuando el peronismo le dio derechos a la gente; derecho a tener vacaciones pagas, al aguinaldo, a ser indemnizados si los despedían, entre muchísimos otros. Allí radica una parte importante del odio, es un profundo desprecio y temor a la insolencia de las clases populares. Es notorio cuando uno los escucha y los lee. Inclusive no pocos trabajadores sienten ese odio al peronismo y uno piensa: ¿Vos por qué creés que tenés vacaciones?”.

Como se observa, es un trabajo que interpela a muchos -y a muchas también- en varios tramos de su “mirada y reflexión retrospectiva”, pero que –retrospectiva y todo- sin embargo cumple con aquello que en 1934 decía Jauretche sobre los radicales alvearizados, cuando les reclamaba que “todavía no saben que conducir y profetizar son cualidades inseparables”. Volviendo a “Sinceramente”, leemos: “Siempre sostuve que ser dirigente no es tener o ejercer un cargo, por más alto que este sea, sino la capacidad de poder ver y anticipar lo que vendrá”. Cristina adora a Jauretche, pero es scalabriniana en su pasión por los números –por la verdad que ellos reflejan, más allá de toda carga ideológica-, y el único título que cita textualmente de aquéllos pensadores tan nuestros es “La formación de la conciencia nacional”, de Hernández Arregui.

En este sentido –el de conducir y profetizar- me parece crucial el formidable poder de síntesis que alcanza al caracterizar a la alianza gobernante desde 2015: “A veces me pregunto: ¿qué es el macrismo en definitiva? Considero que es un grupo de tareas del capital financiero que han provocado un endeudamiento vertiginoso en el país, superior inclusive al operado durante la última dictadura militar. Esa es la definición correcta porque vinieron con ese objetivo y lo pudieron hacer, porque al igual que la última dictadura militar tuvieron la cobertura incondicional de los medios de comunicación hegemónicos”.

Scalabriana es también una anécdota que ella cuenta sobre un empresario que no puede responderle qué fue lo que le molestó tanto de su gobierno, como para terminar votando a otro de signo contrario que lo está perjudicando seriamente en sus balances. En “Bases para la reconstrucción nacional”, Scalabrini Ortiz narra un episodio muy similar, y donde el empresario interpelado también se niega, no sólo a continuar la conversación, sino tan siquiera a escuchar a su amigo.

Es un asunto complejo, y por ello mismo reaparece varias veces a lo largo de su libro. Recuerda que en su discurso de Comodoro Py, el 13 de abril de 2016, se ocupó de refrescar la memoria acerca de cuál era “el hilo conductor de cada uno de esos procesos supuestamente moralizadores. El que sacó a Yrigoyen por corrupto, el que fue contra Perón y contra Eva, y luego el del 24 de marzo. ¿Eran moralizadores? No. Venían por los derechos y las conquistas logrados por millones de argentinos que habían mejorado su vida, impulsados por el movimiento nacional y popular que había encarnado en distintas épocas, bajo distintas formas y con distintos nombres. Por eso yo era un obstáculo. ¿Cuántas veces se los dije como presidenta? ¿Cuántas, Dios mío?”. No será ésta la única vez que Cristina lance un guante destinado al lector.

Su rescate de la figura de Yrigoyen va bastante más allá de señalar las evidentes semejanzas del modo en que operó la prensa canalla para provocar la caída del líder radical, y el permanente esmerilamiento de la obra de su propio gobierno: “La historia demuestra que el rol de la prensa operando en contra de los verdaderos intereses nacionales y populares no es nuevo”. Se percibe un genuino cariño por aquel hombre que fue duramente denostado por el diario Crítica –del cual el general Justo era un accionista de mucho peso-, y cuya memoria ella atesora y transmite a las nuevas generaciones, como una bandera más que no deben resignar: “Siempre he sostenido que la incorporación de los jóvenes durante nuestra gestión fue simbolizada a puro himno nacional y bandera argentina. No es poca cosa en tiempos de globalización”.

La cuestión nacional también aparece en estas palabras que les dirige a ciertas “vanguardias”: “Alguna vez los sectores autodenominados progresistas deberán replantearse, frente a algunos debates y discusiones, si la exigencia permanente de lo ideológicamente perfecto no es directamente proporcional al fracaso o cuanto menos a la imposibilidad de poder cambiar en serio las cosas y, objetivamente, terminar siendo funcional a la derecha y el statu quo”.

Alguien preguntará, ¿por ejemplo?: “Algún dirigente emblemático de ese sector ha reconocido: ‘A Cristina le pido perdón por los paros innecesarios. Con ella peleábamos por boludeces. Acá nos quitaron todo y no hacemos nada. Le hicimos diecisiete paros a Cristina, pero su gobierno jamás intentó tocarnos’. Nadie quiere justificar nada, pero aquellas demoras nunca le arruinaron la vida a nadie”, responde ella.

Esa misma preocupación cristiana por el respeto a la vida puede leerse en el ya viralizado contrapunto entre verlo a De Ángeli en una banca del Senado, y cobijar la memoria de Santiago Maldonado.

O, lo que “no es lo mismo, pero es igual”, su preocupación por la igualdad: “Recuerdo las palabras que pronuncié el día de la presentación (del programa Conectar Igualdad). Quise enfocarme en la importancia de la palabra Igualdad, que era uno de los valores más importantes a remarcar en ese año del Bicentenario. Sostuve que teníamos que perseguirla contra viento y marea. Porque la igualdad es el gran instrumento liberador y de equilibrio de las sociedades, de los pueblos y del mundo. Que la palabra igualdad haya formado parte del programa no era casual: quise que figurara porque siempre fue un valor de los argentinos comprometidos con el desarrollo del país desde 1810 (…) Siempre consideré que la igualdad tenía que estar fuertemente acompañada de lo económico: si un chico tiene que salir a trabajar y no puede terminar la escuela o no puede ir a la universidad, por más que estas sean públicas y gratuitas, la igualdad es solo decorativa”. Y, guste o no, esto es puro ADN peronista: “La única verdad es la realidad”.

En otra parte de su ensayo, sostiene que tanto Néstor como ella debieron hacerse “cargo de la vida real”, y agrega: “En ese marco, en el de la vida real, (el programa) Ellas Hacen daba trabajo y capacitaba al sector más postergado de la sociedad: las mujeres pobres. Además eran ellas las que cuidaban a sus hijos, las que los educaban. Por esos motivos creía –y lo reflejaba en políticas concretas- que la clave era llegar a los lugares más vulnerables. Al poco tiempo de iniciarse el Ellas Hacen nos dimos cuenta que, además de operar en relación a la pobreza, el programa se había convertido en un instrumento sustancial para prevenir la violencia doméstica contra las mujeres, tragedia que hoy día ha cobrado una visibilidad nunca antes vista. Así es, en materia de políticas públicas para prevenir la violencia de género, al 2015 de las casi 100 mil destinataria del Ellas Hacen un 60% habían vivido situación de violencia y de ese 60% un 47% se divorció o se separó a partir del segundo sueldo. Los números son más que elocuentes, la dependencia económica de muchísimas mujeres es la única razón por la cual siguen soportando el maltrato. Sin autonomía económica de la mujer, no hay feminismo que valga”.

Son varios los pasajes donde los temas de género ocupan unas cuantas líneas, muchas de las cuales seguramente no serán del agrado de algunas feministas: “¿Quién iba a suponer que nuestra hija terminaría siendo una militante feminista? Para mi gusto, un tanto talibana, pero al mismo tiempo una esperanza, ya que demuestra que los procesos culturales pueden ser revertidos”.  

 O cuando cuenta: “Una vez Máximo me dijo: ‘¿Sabés por qué hay gente que tiene tanto odio hacia ustedes? Porque eran una pareja que estuvieron 35 años juntos, con una vida familiar hermosa y que, cuando llegaron al poder, no se separaron ni se alejaron, al contrario. Y eso genera mucha envidia porque es algo fuera de lo común. ¿Sabés qué pasa, Cristina? Los que arman todo esto saben de la envidia y el resentimiento. Y trabajan sobre eso. ¿Por qué ella puede tener todo? Es joven, agradable, atractiva, se viste bien, tiene plata, él la quiere, son una pareja que funciona y, arriba, hay millones de argentinos que los quieren’. Tiene razón. Para algunos y… algunas, es demasiado”.

Es estremecedor su relato de cuando, en abril de 2017, quisieron lincharla en Río Gallegos, junto con Alicia Kirchner, su nieta Helenita, la niñera y 2 empleadas más, y uno –que es memorioso- recuerda el estrepitoso y cómplice silencio que rodeó a este gravísimo episodio que pudo haber desencadenado una tragedia familiar y política. Por eso, no resulta extraño que –en otro momento de su texto- Cristina diga: “Me llamaron loca, histérica, orgásmica, desesperada por el poder. Mientras escribo, pienso con dolor que a pesar de haber sido la primera mujer electa presidenta de la historia, no se alzó ninguna voz feminista para condenar el ataque por mi condición de mujer. Ojo, no digo para defender el gobierno, ni las políticas, ni a ninguna persona en particular, sino al género que era agredido como tal”.  

Cristina misma deja ver que ella va teniendo una comprensión creciente respectos de temas complejos como el de la interrupción voluntaria del embarazo, pero –al mismo tiempo- en ningún momento pierde de vista que la cuestión de género no puede escindirse ni de la cuestión social, ni de la cuestión nacional, en tanto jefa de un estado que se pretende soberano. Dice que, al asumir en 2007, sabía que todo le iba a costar más por ser mujer: “Los acontecimientos posteriores me demostraron que mi prevención sobre el costo de gobernar siendo mujer y con ideas firmes respecto a la necesidad de un modelo económico inclusivo socialmente era correcta”. O también: “Había, y hay, una misoginia muy fuerte que se agrava exponencialmente cuando además de ser mujer no formás parte del neoliberalismo”.

¿Y los machirulos? También cobran, claro: “Cuando Moyano, para enfrentarme hablaba bien de Néstor y mal de mí, no se trataba de una cuestión de identificación ideológica… estoy convencida que la cuestión de género pesaba y mucho (…) Por eso, cuando recuerdo los cinco paros generales que hicieron durante mi último mandato, no puedo dejar de pensar que también hubo un fuerte componente de género. Digámoslo con todas las letras: la CGT es una confederación en la que no hay mujeres que conduzcan (…) En la CTA son hombres y en la CGT son hombres; hay hombres por todas partes”.

Pero no es que cobran por ser hombres, sino por machirulazos. Es notable su permanente rescate de Néstor: “si tengo que decir qué es lo que más extraño de Néstor aún hoy es no tener una persona con quien hablar y discutir a fondo. Sé que puede sonar mal, o tal vez injusto, pero es la verdad: lo que podía sentir y tener de esas conversaciones con él, nunca más lo volví a encontrar con nadie. Además de haber sido mi pareja y el padre de mis hijos, Néstor fue mi mejor amigo”.

O inclusive de su suegro: “María (la madre de Néstor) era el ama de casa perfecta, no sólo cocinaba y muy bien, sino que además cosía la ropa de sus hijos, tejía sus sweaters, gorros y guantes. ¿El ejemplo perfecto del patriarcado? Humm… No todo es lo que parece, y los Kirchner-Ostoic no fueron una excepción. Alicia era la hermana mayor de Néstor y terminó su secundario a los 16 años con el mejor promedio de la Patagonia y una beca para estudiar en el Norte –esa expresión, “el Norte”, significa Buenos Aires para los patagónicos-. María puso el grito en el cielo: se oponía tenazmente a que Alicia se fuera (…) Sin embargo, Alicia obtuvo no sólo el apoyo sino algo más importante: la autorización de su padre para ir a La Plata. En Argentina, la patria potestad todavía no era compartida y la ejercía el hombre y, así, la Alicia Margarita Antonia Kirchner (…) por el ejercicio del patriarcado, pudo estudiar. Es mentira que de noche todos los gatos son pardos”. Néstor, además, apoyó “fervientemente a su hermana en aquella cruzada feminista”.

Néstor, el persuasivo Néstor que, tras el brutal enfrentamiento por la 125, la convenció de juntarse nada menos que con Magnetto: “Después de la comida, Magnetto y yo fuimos al salón blanco del chalet a hablar a solas (…) Lo cierto es que empezamos a hablar e inmediatamente le reproché el ataque fenomenal que habían hecho durante el conflicto con las patronales rurales (…) Luego de mi reproche, Magneto me dijo: ‘Cristina, fueron verdaderas puebladas en todos lados’, refiriéndose a las manifestaciones y los cortes de ruta, llevados a cabo durante aquel conflicto. ‘Sí –le dije- incentivadas por ustedes y por todos sus canales de televisión, principalmente por TN’. Seguimos hablando y me respondió: ‘No, Cristina, así es el neoliberalismo’. ¡Eso me dijo! Que la ideología triunfante era el neoliberalismo y había que aceptarlo”.

Es más que interesante la semblanza que ella hace de este personaje siniestro: “De todos los empresarios que conocí y de todos los empresarios con los que hablé –no solamente empresarios nacionales- (…) Magnetto me pareció el más político de todos. Él no hablaba de negocios, hablaba de política. Durante una sesión parlamentaria, el senador Miguel Ángel Pichetto criticó al politólogo ecuatoriano Jaime Durán Barba, el consultor de imagen del gobierno de Mauricio Macri. Dijo que era ‘el tipo que estigmatiza la política’, entre otras cosas. Pero el problema en la Argentina no es Durán Barba. Si Clarín decidiera una campaña en contra del ecuatoriano… en una semana lo deportarían y lo expulsarían de la Argentina… ¡Por favor! El genio constructor del poder de Macri, de las corporaciones, es Magnetto, no Durán Barba. Porque lo que no pueden explicar, lo ocultan. Privan a los ciudadanos de saber la verdad y de tener información veraz”.

Para ser aún más didáctica, dice: “Nuestro país tiene un sistema de decisiones en la Casa Rosada, otro en el Poder Judicial y otro en el empresariado. Él, durante todos estos años, formó dispositivos de poder y decisión en cada uno de esos sistemas para controlarlos a todos (…) Magnetto sabe que muchos le tienen miedo porque una campaña del Grupo Clarín en contra de cualquiera de ellos (sus colegas empresarios) los pulveriza y pulveriza sus intereses. Es natural que teman, no estoy diciendo que sean cobardes. Magnetto tiene y utiliza ese poder, pero no sólo para lograr beneficios económicos, sino también para tener poder en la política. Le gusta influir en los sistemas políticos, y por eso controla el sistema de decisiones en el Poder Judicial, al que tiene absolutamente colonizado salvo honrosas excepciones”.

Un poder que coloniza las subjetividades, y formatea el “sentido común” de los ciudadanos: “Mientras escribo estas líneas y mirando en retrospectiva se ve con más claridad la ofensiva que el Grupo Clarín había desplegado contra el impuesto a las ganancias en los sueldos más altos. Se lo dije a los trabajadores y a los dirigentes sindicales, porque me dolió mucho que en nuestra gestión, con todo lo que habían logrado, a veces hicieran las cosas tan complicadas, hubieran sido tan intransigentes y que sin embargo, con este gobierno que los ha perjudicado absolutamente en todo, algunos de ellos arreglen cerrar paritarias a la baja. Los dirigentes sindicales que estuvieron durante nuestra gestión son los mismos que estuvieron antes de que llegáramos al gobierno y, en su mayoría, son los mismos que aún permanecen. Están hace décadas en sus gremios y, sin embargo, al repasar la historia de sus sindicatos, de sus trabajadores, de los derechos conquistados y de sus convenios colectivos de trabajo, no hubo período más fructífero para ellos que los doce años y medio del kirchnerismo”.

“Sinceramente” es, desde sus primeras páginas hasta sus últimas líneas, un llamamiento a desmantelar ese “sentido común” que nos imponen y naturalizan bajo nombres tales como “meritocracia”, u otros de análoga falacia. Por ello, Cristina, que al inicio habló de “la necesidad de pensar y discutir los problemas de nuestro país desde otro lugar”, dice al concluir su libro: “Agregaría algo más a ese despojarnos cada uno de nosotros del odio y la mentira; porque para abordar los problemas que tiene nuestro país se requiere, además, saber de qué estamos hablando. Y aquí me detengo un instante y recurro al diccionario. Saber: conjunto de conocimientos amplios y profundos que se adquieren mediante el estudio o la experiencia. Sí, compatriotas… Para solucionar los problemas que tenemos, hay que saber”.

Y pone el ejemplo de los planes sociales, que en 2003 alcanzaban a 2.300.000 personas y “al año 2015, eran sólo 207.117, discriminados en dos programas: Argentina Trabaja y Ellas Hacen. Sin embargo, y a pesar de aquel ‘sentido común’ sobre el que han depositado todos sus prejuicios, los planes sociales al año 2018 ya eran más del doble que en 2015 y alcanzaban los 467.779 beneficiarios –casi medio millón de planes. Sí, tal cual se lee… El gobierno que vino en nombre de la base social que nos acusaba a nosotros de ser ‘choriplaneros’ más que duplicó el número de beneficiarios sociales (…) Y pensar que hoy (…) tengo que escuchar que un senador de nuestro propio partido diga que tuvimos una mirada para los más humildes pero no para los trabajadores… ¡Por Dios! ¿Será malicia o simplemente ignorancia?”.

En algunos ignorancia, y en otros malicia. Dice cuando planteó que las medidas económicas de Cambiemos le desorganizaban la vida a los argentinos, además “comencé a pensar también que el objetivo no era sólo demonizar y terminar con lo que ahora llaman ‘populismo’ para definir los años de nuestros gobierno desde 2003, sino que en verdad se intentaba, una vez más, el viejo sueño de la elite más rica de la Argentina: el de arrasar y extirpar cualquier vestigio del peronismo”.

Somos, como plantea Sandra Russo, contemporáneos de un mito, una mujer que es capaz de sostener: “Y sí… Reconozco que tengo un tono de voz alto y un modo de hablar imperativo”. Gracias a Dios!!!

O de dos mitos, incluyéndolo a Néstor: “La protección de Néstor sobre mí en La Plata, en Río Gallegos o en Olivos no era una pose ni una imagen. Su protección era total. Y no era pegajoso, nunca me gustaron los pegajosos. Era amor. Me amaba absolutamente. Yo también trataba de protegerlo, sobre todo que cuidara su salud, que no hiciera cosas que lo pudieran afectar, pero él no se preocupaba por eso. Era un hombre que admiraba la inteligencia de la mujer. La necesidad de protección no sólo se explicaba a partir del afecto, sino también del orgullo de tenerme como compañera, como esposa. Sí, él estaba orgulloso de mí. Alberto Fernández me contaba cuando Néstor le interrumpía la agenda como jefe de Gabinete para hacerlo escuchar en su despacho de la Rosada mis discursos en la campaña presidencial en 2007. O Mario Ishii, el intendente de José C. Paz, cuando iba a visitarlo a Olivos y lo sentaba a escuchar alguna de mis cadenas nacionales como presidenta. U Oscar Parrilli cuando me contó que al visitar nuestra casa de Río Gallegos –que más tarde vendimos-, Néstor lo arrastró hasta el último piso para mostrarle mi inmensa y adorada biblioteca. ‘Vení Oscar, vamos arriba así te muestro la biblioteca de Cristina’, fueron sus palabras en aquella oportunidad”.

Esta es, como dije al principio, apenas una lectura de un libro formidable que seguramente nos va a acompañar durante muchos años en nuestras vidas de lectores, de argentinos, y de compañeros. Amén!

Por Carlos Semorile.