(Foto:
paso del huracán Matthew por Haití)
Veinte años atrás, el 17 de octubre de 1996, estaba
en La Habana cuando el huracán Lili azotó la Isla de la Juventud y la provincia
de Matanzas, causando importantes daños a la economía cubana. Pero nada más: ni
un muerto, ni siquiera un herido. De los días posteriores, recuerdo una
entrevista televisiva a una mujer mayor, una campesina muy humilde, cuya casa
había sido barrida por el huracán. Un periodista le preguntaba si estaba
angustiada (imaginen las horas de pantalla que llenarían aquí con las lágrimas
de la vieja), pero la digna señora lo negó de plano: “Aquí los muchachos –dijo
señalando a unos jóvenes que ya estaban limpiando el terreno- me van a hacer la
casita de nuevo”.
De los días anteriores, recuerdo las patrullas de
militantes visitando a las familias de La Habana Vieja -zona delicada
justamente por su antigüedad-, persuadiéndolas de evacuar sus casas y acudir a
los centros de refugiados, con la certeza de que sus hogares y sus bienes
serían resguardados por la policía (Rodolfo Livingston solía decir que los
policías cubanos son más buenos que las psicólogas argentinas). Pero sobre todo
recuerdo las extensas pláticas que cada noche mantenía Fidel con el meteorólogo
y especialista en huracanes José María Rubiera Torres, y que eran verdaderas
clases televisadas sobre todo lo que el pueblo cubano necesitaba saber respecto
del temido “Lili”.
No necesito agregar casi nada más. Cada quien se
puede imaginar a Fidel “peloteando” al Director del Centro Nacional de
Pronósticos del Instituto de Meteorología de Cuba, exigiéndolo al máximo,
pidiendo que no quedara ninguna hipótesis sin trabajar y ningún vaticinio sin
revisar a fondo. Cada jornada de espera, era un día de trabajo en función de minimizar
los riesgos y de aumentar la conciencia y la épica popular. Por eso me indigna
cuando se habla de catástrofes naturales y solamente se sientan a contar las
muertes (que podrían haberse evitado) y las “desgracias” que no debieron haber
ocurrido. “Lili” le hizo serios daños a los cultivos de un sector de la Isla.
Sólo éso. Tiempo después, cruzó el Atlántico y mató a 4 personas… en
Inglaterra.
Por
Carlos Semorile.