miércoles, 16 de febrero de 2011

El Derrumbe del Negacionismo

“¿Quién se acuerda hoy de los armenios?”. La frase que Hitler usó para convencer a los quisquillosos y empezar de una vez el Holocausto, sólo fue posible porque el Estado Turco se negó sistemáticamente -y se niega todavía- a reconocer el Genocidio del pueblo armenio. En sentido contrario, los sobrevivientes y las generaciones subsiguientes aportaron tal volumen de prueba contundente y documentada que la evidencia hizo posible “el derrumbe del negacionismo”. O sea: la estrepitosa caída del “Gran Silencio” en derredor de los hechos crudos, irrefutables. En la Argentina sabemos de qué se trata pues aquí también fue necesario enlazar coraje y memoria para doblegar el “negacionismo” de quienes perpetraron un genocidio político, que también fue económico, social y cultural. Así las cosas, y merced a los avances e impedimentos que todos conocemos, llegamos al verano de 2011 con nuevos juicios a los responsables del Terrorismo de Estado, y con compatriotas esclavizados por un empresariado que asienta sus reales en una pregunta parecida a esta: “¿Quién se acuerda hoy de los santiagueños?” Reformulémosla y hagámosla nuestra: “¿Quién se acuerda hoy de los argentinos -y de quienes viven y laboran bajo nuestro cielo-?” En primer lugar, el Estado Argentino que lleva adelante una política de reparación de un daño que lastima la idea misma del vivir en comunidad. En segundo lugar, un periodismo digno de su mejor tradición social que también trabaja para documentar la perdurabilidad del genocidio económico, del genocidio social. En tercer lugar, todos los que desde cualquier lugar y posición sean capaces de levantar un tribunal implacable con el negacionismo de los Biolcatti, los Miguens, los Magnetto, los Morales Solá, los Olmedo, los Awada, los Duhalde y los Venegas. Una primera capa negacionista parece a punto de romperse: el “Gran Silencio” se ha resquebrajado y cada uno de estos miserables corre a sumar su bolsita de bosta para que este muro no ceda. Ya es tarde: el mismo reinado de lo virtual en el que ellos se mueven tan orondos, pone en circulación esas irrefutables imágenes que encogen los corazones. ¿Se le puede llamar “trabajo” a tamaña indignidad y ultraje? Sí, los negacionistas todo lo pueden: del mismo modo en que el Estado Turco reconoce la existencia de matanzas pero no un plan de exterminio, nuestros “buenos muchachos” ya han comenzado a desplegar toda una batería de argumentos falaces, de mentiras seculares, de racismo mal disimulado, y regresan a mojar las barbas -y los discursos- en el credo civilizatorio que reza: “Exterminad a todos los bárbaros, a todos los salvajes, a todos los brutos” (pero, mientras duren, que levanten la cosecha). El posible derrumbe del negacionismo los pone muy nerviosos, casi histéricos, pero haríamos muy mal si subestimáramos su capacidad de presentar batalla en el terreno cultural. Allí es donde va a dirimirse la posibilidad de que los frutos de nuestra tierra alimenten, den trabajo, y le permitan erguirse verticales y soñar a cada uno de los hijos del país argentino. Hay que desmontar todavía una selva de complicidades, de sociedades ilícitas, de sociedades licitas pero cuyas prácticas son inmorales, de pactos inconfesables, de argucias técnicas y trabas procesales. Hachemos rápido el último pilar de esta infamia. El Bicentenario de la Asamblea del Año XIII nos debe encontrar celebrando el fin de toda esclavitud en “la plaza de nuestras libertades”.
Por Carlos Semorile.