lunes, 29 de agosto de 2016

Las tres irlandesas



Me recomendaron la serie “Rebellion” que trata sobre el Alzamiento de Pascua de 1916, cuando “las orgas” republicanas tomaron los principales edificios públicos de Dublín y decretaron el nacimiento de la República de Irlanda, en abierto desafío a la corona inglesa luego de siete siglos del más feroz y despiadado colonialismo. Primera crítica a esta serie de notable factura visual: estas largas, tristes y humillantes siete centurias brillan por su ausencia.

Es cierto que pueden rastrearse algunos de sus efectos, cual si fueran “restos” que van quedando adheridos en las relaciones de una comunidad fuertemente atravesada por sus “deberes” de lealtad al rey extranjero. Así, por ejemplo, se ve el retorno a casa de los irlandeses que vienen de pelear, a las órdenes de oficiales ingleses, en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. La explicación es simple: en un país condenado al primitivismo agropecuario no hay trabajo, y entonces sobran los hombres dispuestos a enrolarse para que a sus hogares llegue al menos una mísera paga mensual. Apenas llegan, una militante nacionalista les recrimina que peleen bajo la bandera británica.

Ella es una de las irlandesas arriba mencionadas, “las tres pequeñas doncellas” (según el victorianismo tardío del novio de una de ellas) sobre las cuales se estructura el relato de “Rebellion”. Frances, que así se llama esta joven, ha logrado zafar de enseñar para las monjas de Galway y milita junto al maestro Pádraig Pearse (el futuro presidente del gobierno provisional) en la preparación del Levantamiento. Su prima May viene del condado de Cork y trabaja en el Castillo de Dublín, la sede de la administración colonial: es secretaria y amante de un alto funcionario inglés. No está particularmente inclinada ni a apoyar ni a condenar a los rebeldes, pero termina filtrando un documento secreto que puede salvar el pellejo de sus principales líderes.

 Elizabeth fue compañera de ambas en el período de esplendor teatral y literario irlandés que antecedió a la revolución política, pero claramente pertenece a la clase acomodada de Dublín y su prometido es de aquellos irlandeses que se sumaron al ejército imperial porque “compraron” la promesa inglesa de que la concesión de autonomía y el autogobierno llegarían merced a su apoyo a Inglaterra en la Gran Guerra. Sin embargo, está enamorada del socialista Jim (en la foto con el uniforme de los partidarios de James Connolly, el líder marxista y católico admirado nada menos que por Lenin), y se compromete a fondo con él y con la rebelión en ciernes. Esto, en principio. 

Luego, al correr del primer capítulo y de los cuatro siguientes, aparecen otras subtramas que van perfilando varias de aquellas cuestiones que son la marca en el orillo de la situación colonial: la miseria de las barriadas pobres, el desempleo crónico, la prostitución extendida a sus formas menos evidentes, la persecución política y el chivateo contra los nacionalistas, las tensiones intrafamiliares debido a las lealtades contradictorias hacia la patria o hacia el invasor. Hay también algunas escenas de esas que, ay!, tienden a equilibrar la balanza entre la violencia imperial y la rebeldía emancipatoria. Así y todo, “Rebellion” es una buena entrada a la “cuestión irlandesa”. Bienvenida sea.

Por Carlos Semorile.