Hace pocos
días, tuve la dicha de acceder a un exquisito relato del “Negro” Dolina donde
plantea que, ante la multiplicidad de significantes presentes en cualquier
texto, la lectura se convierte en un acto tan singular como soberano: “Leer es
decidir”. Por ello, mi particular mirada sobre “Sinceramente” es que se trata
de un libro indispensable para quienes aspiren a saber qué factores condicionan
y determinan la vida real del país de los argentinos y argentinas.
Un país, el
nuestro, que ha pasado sin escalas de la cultura de la ternura a la cultura de
la mortificación, y donde una inmensa mayoría de compatriotas padecen con
angustia por tener “sus sueños en crisis”. Sucede que, como dice Cristina: “vivir la vida –con tus ideas,
con tu historia, con tus sentimientos, con tus necesidades-, para millones de
argentinos y argentinas, se ha convertido en un calvario. La catástrofe
económica y social del gobierno de Cambiemos y Mauricio Macri ha hecho estragos
en el cuerpo social de la
Argentina”. Ya no hay cobijo, amparo ni miramiento, sólo
degradación, intemperie, y represión.
“¿Qué es lo
que está pasando en Argentina?”, se pregunta Cristina, y responde: “Creo que un
factor determinante para explicar lo que sucede es el profundo odio que siente
una parte de este país contra el peronismo y también las mentiras en un círculo
que se retroalimenta y del que a muchos les resulta imposible salir. Se trata
de un odio que empezó hace setenta años cuando el peronismo le dio derechos a
la gente; derecho a tener vacaciones pagas, al aguinaldo, a ser indemnizados si
los despedían, entre muchísimos otros. Allí radica una parte importante del
odio, es un profundo desprecio y temor a la insolencia de las clases populares.
Es notorio cuando uno los escucha y los lee. Inclusive no pocos trabajadores
sienten ese odio al peronismo y uno piensa: ¿Vos por qué creés que tenés
vacaciones?”.
Como se
observa, es un trabajo que interpela a muchos -y a muchas también- en varios
tramos de su “mirada y reflexión retrospectiva”, pero que –retrospectiva y
todo- sin embargo cumple con aquello que en 1934 decía Jauretche sobre los radicales alvearizados,
cuando les reclamaba que “todavía no saben que conducir y profetizar son
cualidades inseparables”. Volviendo a
“Sinceramente”, leemos: “Siempre
sostuve que ser dirigente no es tener o ejercer un cargo, por más alto que este
sea, sino la capacidad de poder ver y anticipar lo que vendrá”. Cristina adora
a Jauretche, pero es scalabriniana en su pasión por los números –por la verdad
que ellos reflejan, más allá de toda carga ideológica-, y el único título que
cita textualmente de aquéllos pensadores tan nuestros es “La formación de la
conciencia nacional”, de Hernández Arregui.
En este sentido –el de conducir
y profetizar- me parece crucial el formidable poder de síntesis que alcanza al
caracterizar a la alianza gobernante desde 2015: “A veces me pregunto:
¿qué es el macrismo en definitiva? Considero que es un grupo de tareas del capital
financiero que han provocado un endeudamiento vertiginoso en el país, superior
inclusive al operado durante la última dictadura militar. Esa es la definición
correcta porque vinieron con ese objetivo y lo pudieron hacer, porque al igual
que la última dictadura militar tuvieron la cobertura incondicional de los
medios de comunicación hegemónicos”.
Scalabriana es también una
anécdota que ella cuenta sobre un empresario que no puede responderle qué fue
lo que le molestó tanto de su gobierno, como para terminar votando a otro de
signo contrario que lo está perjudicando seriamente en sus balances. En “Bases
para la reconstrucción nacional”, Scalabrini Ortiz narra un episodio muy
similar, y donde el empresario interpelado también se niega, no sólo a continuar
la conversación, sino tan siquiera a escuchar a su amigo.
Es un asunto complejo, y por
ello mismo reaparece varias veces a lo largo de su libro. Recuerda que en su
discurso de Comodoro Py, el 13 de abril de 2016, se ocupó de refrescar la
memoria acerca de cuál era “el hilo conductor de cada uno de esos procesos
supuestamente moralizadores. El que sacó a Yrigoyen por corrupto, el que fue
contra Perón y contra Eva, y luego el del 24 de marzo. ¿Eran moralizadores? No.
Venían por los derechos y las conquistas logrados por millones de argentinos
que habían mejorado su vida, impulsados por el movimiento nacional y popular
que había encarnado en distintas épocas, bajo distintas formas y con distintos
nombres. Por eso yo era un obstáculo. ¿Cuántas veces se los dije como
presidenta? ¿Cuántas, Dios mío?”. No será ésta la única vez que Cristina lance
un guante destinado al lector.
Su rescate de la figura de
Yrigoyen va bastante más allá de señalar las evidentes semejanzas del modo en
que operó la prensa canalla para provocar la caída del líder radical, y el
permanente esmerilamiento de la obra de su propio gobierno: “La historia demuestra que el rol de la
prensa operando en contra de los verdaderos intereses nacionales y populares no
es nuevo”. Se percibe un genuino cariño por aquel hombre que fue duramente denostado
por el diario Crítica –del cual el general Justo era un accionista de mucho
peso-, y cuya memoria ella atesora y transmite a las nuevas generaciones, como
una bandera más que no deben resignar: “Siempre he sostenido que la
incorporación de los jóvenes durante nuestra gestión fue simbolizada a puro
himno nacional y bandera argentina. No es poca cosa en tiempos de
globalización”.
La cuestión nacional también
aparece en estas palabras que les dirige a ciertas “vanguardias”: “Alguna
vez los sectores autodenominados progresistas deberán replantearse, frente a
algunos debates y discusiones, si la exigencia permanente de lo ideológicamente
perfecto no es directamente proporcional al fracaso o cuanto menos a la
imposibilidad de poder cambiar en serio las cosas y, objetivamente, terminar
siendo funcional a la derecha y el statu quo”.
Alguien
preguntará, ¿por ejemplo?: “Algún dirigente emblemático de ese sector ha
reconocido: ‘A Cristina le pido perdón por los paros innecesarios. Con ella
peleábamos por boludeces. Acá nos quitaron todo y no hacemos nada. Le hicimos
diecisiete paros a Cristina, pero su gobierno jamás intentó tocarnos’. Nadie
quiere justificar nada, pero aquellas demoras nunca le arruinaron la vida a
nadie”, responde ella.
Esa misma preocupación cristiana
por el respeto a la vida puede leerse en el ya viralizado contrapunto entre
verlo a De Ángeli en una banca del Senado, y cobijar la memoria de Santiago
Maldonado.
O, lo que “no es lo mismo, pero
es igual”, su preocupación por la igualdad: “Recuerdo las palabras que
pronuncié el día de la presentación (del programa Conectar Igualdad). Quise
enfocarme en la importancia de la palabra Igualdad, que era uno de los valores
más importantes a remarcar en ese año del Bicentenario. Sostuve que teníamos
que perseguirla contra viento y marea. Porque la igualdad es el gran
instrumento liberador y de equilibrio de las sociedades, de los pueblos y del
mundo. Que la palabra igualdad haya formado parte del programa no era casual:
quise que figurara porque siempre fue un valor de los argentinos comprometidos
con el desarrollo del país desde 1810 (…) Siempre consideré que la igualdad
tenía que estar fuertemente acompañada de lo económico: si un chico tiene que
salir a trabajar y no puede terminar la escuela o no puede ir a la universidad,
por más que estas sean públicas y gratuitas, la igualdad es solo decorativa”.
Y, guste o no, esto es puro ADN peronista: “La única verdad es la realidad”.
En otra parte de su ensayo,
sostiene que tanto Néstor como ella debieron hacerse “cargo de la vida real”, y
agrega: “En ese marco, en el de la vida real, (el programa) Ellas Hacen
daba trabajo y capacitaba al sector más postergado de la sociedad: las mujeres
pobres. Además eran ellas las que cuidaban a sus hijos, las que los educaban.
Por esos motivos creía –y lo reflejaba en políticas concretas- que la clave era
llegar a los lugares más vulnerables. Al poco tiempo de iniciarse el Ellas
Hacen nos dimos cuenta que, además de operar en relación a la pobreza, el
programa se había convertido en un instrumento sustancial para prevenir la
violencia doméstica contra las mujeres, tragedia que hoy día ha cobrado una
visibilidad nunca antes vista. Así es, en materia de políticas públicas para prevenir
la violencia de género, al 2015 de las casi 100 mil destinataria del Ellas
Hacen un 60% habían vivido situación de violencia y de ese 60% un 47% se
divorció o se separó a partir del segundo sueldo. Los números son más que
elocuentes, la dependencia económica de muchísimas mujeres es la única razón
por la cual siguen soportando el maltrato. Sin autonomía económica de la mujer,
no hay feminismo que valga”.
Son varios los pasajes donde los
temas de género ocupan unas cuantas líneas, muchas de las cuales seguramente no
serán del agrado de algunas feministas: “¿Quién iba a suponer que
nuestra hija terminaría siendo una militante feminista? Para mi gusto, un tanto
talibana, pero al mismo tiempo una esperanza, ya que demuestra que los procesos
culturales pueden ser revertidos”.
O cuando cuenta: “Una vez Máximo me
dijo: ‘¿Sabés por qué hay gente que tiene tanto odio hacia ustedes? Porque eran
una pareja que estuvieron 35 años juntos, con una vida familiar hermosa y que,
cuando llegaron al poder, no se separaron ni se alejaron, al contrario. Y eso
genera mucha envidia porque es algo fuera de lo común. ¿Sabés qué pasa,
Cristina? Los que arman todo esto saben de la envidia y el resentimiento. Y
trabajan sobre eso. ¿Por qué ella puede tener todo? Es joven, agradable,
atractiva, se viste bien, tiene plata, él la quiere, son una pareja que
funciona y, arriba, hay millones de argentinos que los quieren’. Tiene razón.
Para algunos y… algunas, es demasiado”.
Es
estremecedor su relato de cuando, en abril de 2017, quisieron lincharla en Río
Gallegos, junto con Alicia Kirchner, su nieta Helenita, la niñera y 2 empleadas
más, y uno –que es memorioso- recuerda el estrepitoso y cómplice silencio que rodeó
a este gravísimo episodio que pudo haber desencadenado una tragedia familiar y
política. Por eso, no resulta extraño que –en otro momento de su texto-
Cristina diga: “Me llamaron loca, histérica, orgásmica, desesperada por el
poder. Mientras escribo, pienso con dolor que a pesar de haber sido la primera
mujer electa presidenta de la historia, no se alzó ninguna voz feminista para
condenar el ataque por mi condición de mujer. Ojo, no digo para defender el
gobierno, ni las políticas, ni a ninguna persona en particular, sino al género
que era agredido como tal”.
Cristina misma
deja ver que ella va teniendo una comprensión creciente respectos de temas
complejos como el de la interrupción voluntaria del embarazo, pero –al mismo
tiempo- en ningún momento pierde de vista que la cuestión de género no puede
escindirse ni de la cuestión social, ni de la cuestión nacional, en tanto jefa
de un estado que se pretende soberano. Dice que, al asumir en 2007, sabía que
todo le iba a costar más por ser mujer: “Los acontecimientos posteriores me
demostraron que mi prevención sobre el costo de gobernar siendo mujer y con
ideas firmes respecto a la necesidad de un modelo económico inclusivo
socialmente era correcta”. O también: “Había, y hay, una misoginia muy fuerte
que se agrava exponencialmente cuando además de ser mujer no formás parte del
neoliberalismo”.
¿Y los
machirulos? También cobran, claro: “Cuando Moyano, para enfrentarme hablaba
bien de Néstor y mal de mí, no se trataba de una cuestión de identificación
ideológica… estoy convencida que la cuestión de género pesaba y mucho (…) Por
eso, cuando recuerdo los cinco paros generales que hicieron durante mi último
mandato, no puedo dejar de pensar que también hubo un fuerte componente de
género. Digámoslo con todas las letras: la CGT es una confederación en la que no hay mujeres
que conduzcan (…) En la CTA
son hombres y en la CGT
son hombres; hay hombres por todas partes”.
Pero no es que
cobran por ser hombres, sino por machirulazos. Es notable su permanente rescate
de Néstor: “si tengo que decir qué es lo que más extraño de Néstor aún hoy es no tener una persona con quien
hablar y discutir a fondo. Sé que puede sonar mal, o tal vez injusto, pero es
la verdad: lo que podía sentir y tener de esas conversaciones con él, nunca más
lo volví a encontrar con nadie. Además de haber sido mi pareja y el padre de
mis hijos, Néstor fue mi mejor amigo”.
O inclusive de su suegro: “María
(la madre de Néstor) era el ama de casa perfecta, no sólo cocinaba y muy bien,
sino que además cosía la ropa de sus hijos, tejía sus sweaters, gorros y
guantes. ¿El ejemplo perfecto del patriarcado? Humm… No todo es lo que
parece, y los Kirchner-Ostoic no fueron una excepción. Alicia era la hermana
mayor de Néstor y terminó su secundario a los 16 años con el mejor promedio de la Patagonia y una beca
para estudiar en el Norte –esa expresión, “el Norte”, significa Buenos Aires
para los patagónicos-. María puso el grito en el cielo: se oponía tenazmente a
que Alicia se fuera (…) Sin embargo, Alicia obtuvo no sólo el apoyo sino algo
más importante: la autorización de su padre para ir a La
Plata. En Argentina, la patria potestad
todavía no era compartida y la ejercía el hombre y, así, la Alicia Margarita Antonia
Kirchner (…) por el ejercicio del patriarcado, pudo estudiar. Es mentira que de
noche todos los gatos son pardos”. Néstor, además, apoyó “fervientemente a su
hermana en aquella cruzada feminista”.
Néstor, el
persuasivo Néstor que, tras el brutal enfrentamiento por la 125, la convenció
de juntarse nada menos que con Magnetto: “Después de la comida, Magnetto y yo
fuimos al salón blanco del chalet a hablar a solas (…) Lo cierto es que
empezamos a hablar e inmediatamente le reproché el ataque fenomenal que habían
hecho durante el conflicto con las patronales rurales (…) Luego de mi reproche,
Magneto me dijo: ‘Cristina, fueron verdaderas puebladas en todos lados’,
refiriéndose a las manifestaciones y los cortes de ruta, llevados a cabo
durante aquel conflicto. ‘Sí –le dije- incentivadas por ustedes y por todos sus
canales de televisión, principalmente por TN’. Seguimos hablando y me
respondió: ‘No, Cristina, así es el neoliberalismo’. ¡Eso me dijo! Que la
ideología triunfante era el neoliberalismo y había que aceptarlo”.
Es más que
interesante la semblanza que ella hace de este personaje siniestro: “De todos
los empresarios que conocí y de todos los empresarios con los que hablé –no
solamente empresarios nacionales- (…) Magnetto me pareció el más político de
todos. Él no hablaba de negocios, hablaba de política. Durante una sesión
parlamentaria, el senador Miguel Ángel Pichetto criticó al politólogo
ecuatoriano Jaime Durán Barba, el consultor de imagen del gobierno de Mauricio
Macri. Dijo que era ‘el tipo que estigmatiza la política’, entre otras cosas.
Pero el problema en la
Argentina no es Durán Barba. Si Clarín decidiera una campaña
en contra del ecuatoriano… en una semana lo deportarían y lo expulsarían de la Argentina… ¡Por favor!
El genio constructor del poder de Macri, de las corporaciones, es Magnetto, no
Durán Barba. Porque lo que no pueden explicar, lo ocultan. Privan a los
ciudadanos de saber la verdad y de tener información veraz”.
Para ser aún
más didáctica, dice: “Nuestro país tiene un sistema de decisiones en la
Casa Rosada, otro en el Poder Judicial y
otro en el empresariado. Él, durante todos estos años, formó dispositivos de
poder y decisión en cada uno de esos sistemas para controlarlos a todos (…)
Magnetto sabe que muchos le tienen miedo porque una campaña del Grupo Clarín en
contra de cualquiera de ellos (sus colegas empresarios) los pulveriza y
pulveriza sus intereses. Es natural que teman, no estoy diciendo que sean
cobardes. Magnetto tiene y utiliza ese poder, pero no sólo para lograr
beneficios económicos, sino también para tener poder en la política. Le gusta
influir en los sistemas políticos, y por eso controla el sistema de decisiones
en el Poder Judicial, al que tiene absolutamente colonizado salvo honrosas
excepciones”.
Un poder que coloniza
las subjetividades, y formatea el “sentido común” de los ciudadanos: “Mientras
escribo estas líneas y mirando en retrospectiva se ve con más claridad la
ofensiva que el Grupo Clarín había desplegado contra el impuesto a las
ganancias en los sueldos más altos. Se lo dije a los trabajadores y a los
dirigentes sindicales, porque me dolió mucho que en nuestra gestión, con todo
lo que habían logrado, a veces hicieran las cosas tan complicadas, hubieran
sido tan intransigentes y que sin embargo, con este gobierno que los ha
perjudicado absolutamente en todo, algunos de ellos arreglen cerrar paritarias
a la baja. Los dirigentes sindicales que estuvieron durante nuestra gestión son
los mismos que estuvieron antes de que llegáramos al gobierno y, en su mayoría,
son los mismos que aún permanecen. Están hace décadas en sus gremios y, sin
embargo, al repasar la historia de sus sindicatos, de sus trabajadores, de los
derechos conquistados y de sus convenios colectivos de trabajo, no hubo período
más fructífero para ellos que los doce años y medio del kirchnerismo”.
“Sinceramente”
es, desde sus primeras páginas hasta sus últimas líneas, un llamamiento a
desmantelar ese “sentido común” que nos imponen y naturalizan bajo nombres
tales como “meritocracia”, u otros de análoga falacia. Por ello, Cristina, que al inicio habló de “la
necesidad de pensar y discutir los problemas de nuestro país desde otro lugar”,
dice al concluir su libro: “Agregaría algo más a ese despojarnos cada uno de
nosotros del odio y la mentira; porque para abordar los problemas que tiene
nuestro país se requiere, además, saber de qué estamos hablando. Y aquí me
detengo un instante y recurro al diccionario. Saber: conjunto de conocimientos
amplios y profundos que se adquieren mediante el estudio o la experiencia. Sí,
compatriotas… Para solucionar los problemas que tenemos, hay que saber”.
Y pone el ejemplo
de los planes sociales, que en 2003 alcanzaban a 2.300.000 personas y “al año
2015, eran sólo 207.117, discriminados en dos programas: Argentina Trabaja y
Ellas Hacen. Sin embargo, y a pesar de aquel ‘sentido común’ sobre el que han
depositado todos sus prejuicios, los planes sociales al año 2018 ya eran más
del doble que en 2015 y alcanzaban los 467.779 beneficiarios –casi medio millón
de planes. Sí, tal cual se lee… El gobierno que vino en nombre de la base
social que nos acusaba a nosotros de ser ‘choriplaneros’ más que duplicó el
número de beneficiarios sociales (…) Y pensar que hoy (…) tengo que escuchar
que un senador de nuestro propio partido diga que tuvimos una mirada para los
más humildes pero no para los trabajadores… ¡Por Dios! ¿Será malicia o
simplemente ignorancia?”.
En algunos ignorancia, y en otros
malicia. Dice cuando planteó que las medidas económicas de Cambiemos le
desorganizaban la vida a los argentinos, además “comencé a pensar también que
el objetivo no era sólo demonizar y terminar con lo que ahora llaman
‘populismo’ para definir los años de nuestros gobierno desde 2003, sino que en
verdad se intentaba, una vez más, el viejo sueño de la elite más rica de la Argentina: el de arrasar
y extirpar cualquier vestigio del peronismo”.
Somos, como plantea Sandra
Russo, contemporáneos de un mito, una mujer que es capaz de sostener: “Y sí…
Reconozco que tengo un tono de voz alto y un modo de hablar imperativo”.
Gracias a Dios!!!
O de dos
mitos, incluyéndolo a Néstor: “La protección de Néstor sobre mí en La Plata, en Río Gallegos o en
Olivos no era una pose ni una imagen. Su protección era total. Y no era
pegajoso, nunca me gustaron los pegajosos. Era amor. Me amaba absolutamente. Yo
también trataba de protegerlo, sobre todo que cuidara su salud, que no hiciera
cosas que lo pudieran afectar, pero él no se preocupaba por eso. Era un hombre
que admiraba la inteligencia de la mujer. La necesidad de protección no sólo se
explicaba a partir del afecto, sino también del orgullo de tenerme como compañera,
como esposa. Sí, él estaba orgulloso de mí. Alberto Fernández me contaba cuando
Néstor le interrumpía la agenda como jefe de Gabinete para hacerlo escuchar en
su despacho de la Rosada
mis discursos en la campaña presidencial en 2007. O Mario Ishii, el intendente
de José C. Paz, cuando iba a visitarlo a Olivos y lo sentaba a escuchar alguna
de mis cadenas nacionales como presidenta. U Oscar Parrilli cuando me contó que
al visitar nuestra casa de Río Gallegos –que más tarde vendimos-, Néstor lo arrastró
hasta el último piso para mostrarle mi inmensa y adorada biblioteca. ‘Vení
Oscar, vamos arriba así te muestro la biblioteca de Cristina’, fueron sus
palabras en aquella oportunidad”.
Esta es, como
dije al principio, apenas una lectura de un libro formidable que seguramente
nos va a acompañar durante muchos años en nuestras vidas de lectores, de
argentinos, y de compañeros. Amén!
Por Carlos Semorile.