Nos permitimos repetir algunas ideas y conceptos ya
tratados en alguna crónica anterior, e incluso bajo un título similar, porque un
sector de la sociedad se empeña en reiterar su inclinación a la barbarie.
Fernando
Ulloa fue uno de esos capos que no son tan conocidos como nos convendría a
todas y a todos. Su profesión era el psicoanálisis pero, como toda persona que
pone a funcionar el bocho con pasión y buen criterio, nos legó algunas
reflexiones que van más allá del ámbito de la terapia. Ulloa sostenía que
muchas veces las instituciones promueven “encerronas trágicas” que dejan a los
sujetos a merced de situaciones donde no pueden recurrir a un tercero que les
proporcione “miramiento”, ternura y buen trato. Se trata de una “cultura de la
mortificación” que acentúa, al mismo tiempo, el desamparo de las víctimas y la
crueldad de los victimarios.
En
las últimas horas, la Policía
de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires (pilchas nuevas, móviles y celulares a destajo, armados hasta
los dientes) asesinó a un ciudadano indefenso: Jorge Gómez, un trabajador de 41
años que tuvo la desdicha de creer que estaba siendo interpelado por un
funcionario sensato, y no por un uniformado adiestrado para matar bajo la
cobertura de un poder que pretende que la barbarie se instaure como “doctrina”.
Mientras la familia de Jorge Gómez no sale de su estupor, el asesino acaba de
salir en libertad.
Por
otra parte, pero dentro de esta misma lógica de castigar al “marginal”, dos
custodios de un supermercado Coto mataron a golpes a Vicente Ferrer, un
jubilado de 70 años que hurtó un aceite, un pedazo de queso y un chocolate.
Luego de golpearlo dentro del local, los vigiladores abandonaron a Ferrer en
plena calle donde falleció antes de ser asistido por el Same, mientras la Policía de la Ciudad rodeaba el cuerpo de
la víctima y trataba de impedir que se tomaran imágenes del ciudadano asesinado
por los sabuesos de Coto.
Todo
esto, desde luego, resulta muy triste y angustiante. Pero a nadie debería
resultarle “novedoso”, porque desde que la cultura de la mortificación alcanzó
la gobernanza de la ciudad primero, y luego del país todo, este Grupo de Tareas
del capital financiero ha logrado que “cada necesidad sea un drama angustioso”.
Mucha gente cegada por el odio les permitió acceder al control nada menos que
del Estado, y desde allí se han dedicado a deshilachar todos y cada uno de los
derechos conquistados para, como en la Dictadura , hacer trizas el tejido social.
Sin
embargo, es legítimo preguntarse si luego de la paliza electoral recibida hace
apenas 10 días, estos personeros del capital financiero no alcanzaron a
percibir un “cambio” del humor social. De no ser así, asistiremos –como de
hecho asistimos- al curioso espectáculo de que los promotores de la encerrona
trágica se vean encerrados ellos mismos por un “relato” que pretende enajenar
derechos a cambio de “puro ripio”.
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